jueves, 29 de mayo de 2014

Aspectos descuidados de la piedad popular

Gerónimo de León,

artífice de retablos


Luis de la Torre Ruiz

México, D.F.


En una de sus Conferencias, publicada oportunamente por el Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara, el Investigador e Historiador Alfonso Alfaro Barreto, con el Tema “El exvoto, un acto de gratitud”, hace un amplio y erudito recorrido por el Arte Sacro a través de la Historia de la Iglesia, para converger en los exvotos, ese arte popular mexicano, sorprendente y misterioso, cuyo género lo encontramos hoy en decadencia, no sabríamos decir si por el empobrecimiento de la Fe o por la ausencia del talento artístico natural. De cualquier manera, he allí un tesoro que debería conservar, con todo el amoroso cuidado del mundo, la Jerarquía Eclesiástica.

El mismo Investigador advierte: “La Iglesia, sometida a una disminución constante, tanto de su influencia social como del número de sus fieles, no parece haber diseñado ninguna estrategia para aprovechar o encauzar el enorme caudal de energía cautiva que sus feligreses despliegan a través (de los retablos) de estas prácticas”.


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PROFUSIÓN DE TESTIMONIOS

Las ricas colecciones de retablos (en su mayoría anónimos) que se conservan en varios templos, como la Basílica de Guadalupe, la de San Juan de los Lagos, Chalma, Atocha y varias más, no cuentan con un acervo tan valioso y significativo como el que se encuentra en Temastián, Jalisco, en el Santuario del Señor de los Rayos. Ese tesoro lo conforman más de 300 retablos de una sola firma: Gerónimo de León.

En 1994, después de una reunión de Rectores de Santuarios que tuvo lugar en el Cerro del Cubilete, el Editor e Investigador Francisco Baños, que trataba de hacer una antología de los retablos en México, se enteró por el Párroco, José de Jesús Olmos Corona, de que en Temastián se hallaba una abundante muestra de retablos sin valorar. Baños se trasladó al lugar inmediatamente. Los retablos se acumulaban en las paredes de la sacristía, sin orden ni concierto; empolvados, algunos ennegrecidos por el tiempo y el descuido.

Observando cada retablo, Baños contó más de 300 de un solo autor y de una calidad superior indiscutible. Fue tanto el interés que despertó el descubrimiento, que enseguida puso en práctica toda la técnica y los conocimientos de restauración para rescatar los referidos retablos y alcanzar con ellos una luminosa muestra física y fotográfica de alta calidad para la realización de un libro excepcional con el nombre de “Gerónimo de León”, olvidándose, con ello, de todos los demás retablos conservados en diversos Santuarios de la República. Esta colección merecía, por sí misma, un museo especial, comprometido a un cuidado oficial y eclesiástico.


PERSONAJE Y LIBRO INTERESANTES

¿Quién fue Gerónimo de León? Un artesano nacido en Valparaíso, Zacatecas, que conoció y se enamoró de una muchacha de Totatiche, Jalisco. Se casó con ella y se fue a vivir a ese pueblo, a 20 kilómetros de Temastián. Al sufrir una enfermedad se encomendó al Señor de los Rayos, y al sanar, pintó su primer retablo para agradecer la intervención divina. Gustó el retablo y le pidieron uno más, y otro, y otro más, hasta dedicarse tan sólo a pintar retablos, oficio que practicó durante 30 años, de 1885 a 1915.

El libro alcanzó una edición sorprendentemente bella en cuanto a diseño, ilustraciones y contenido, y Gerónimo de León resultó ser un pintor detallista, a lo Jerónimo Bosch, “El Bosco”, lo cual indujo al Editor a separar por capítulos la curiosidad de las cosas; así, los retablos se van distinguiendo por el detalle en el mobiliario, en la ropa de cama, en los sarapes; en la vestimenta, el calzón, el sombrero, la mantilla; en la mirada de los niños, las casas de campo y los animales; las mulas reparadoras, los caballos, vacas, toros bravos y los buenos jinetes con sus monturas; en los amenazantes perros rabiosos, los cuchillos al aire, el odio y violencia, la cárcel, el dolor y la sublimación. El retrato fiel de un México campirano de entre siglos.

Por otra parte, la obra de Gerónimo de León también se distingue por su lenguaje. Los textos de sus retablos son un dechado de gracia, humor y captación del habla popular. Irónico, imaginativo y desparpajado, sus pies de retablo son todo un ejemplo de estilo literario.

Ojalá su obra sea conocida, revalorizada y conservada. No sabemos hasta dónde se haya tomado en cuenta la idea de un Museo especial para tan valioso legado, sobre todo ante la decadencia del género, pues es increíble la desproporción artística y piadosa que se está dando entre este bello arte y la producción actual: fea, irrespetuosa, tonta, sin una brizna de devoción. Casi un atentado contra el Arte y a la Fe.


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