jueves, 15 de mayo de 2014

Al Maestro, con cariño

Jesús, el Maestro


Hna. Ma. Estela Hernández Vergara, M.H.P.V.M.


jesus-maestro-del-primer-maestro-santiago-alberione1Quien sigue a Cristo es y debe ser un perpetuo discípulo, un aprendiz, alguien que permanece en todo momento a la escucha del Maestro, en actitud de docilidad, queriendo aprender y dejándose enseñar.

En Israel, seguir a un Maestro o Rabí partía de la iniciativa del discípulo, quien lo elegía, lo cambiaba o podía tener varios Maestros. En el caso de Jesús, todo es distinto. Él es quien nos dice: “No me eligieron ustedes a Mí, soy Yo quien los elegí a ustedes” (Jn 15,16). Esta ejemplaridad de Jesús como Maestro fue única y absoluta; se constituyó en ejemplo porque sus actos eran auténticos, justos y naturales.

El primer título que sus contemporáneos dan a Jesús es el de “Maestro” a veces en forma de Rabí o de Rabboni. Así le llaman antes de oírle siquiera hablar, impresionados. Así le bautizaron las gentes, que se quedaron admiradas de su enseñanza; y con este título de respeto, extraño, porque carecía de toda enseñanza oficial para poseerlo, le trataron siempre los fariseos: “¿Por qué su Maestro come con pecadores?” (Mt 9,11) “¿Por qué su Maestro no paga el impuesto?” (Mt 17,24).

Con ese nombre se dirigían a Él, casi siempre, sus Apóstoles: “¿Acaso, soy yo, Maestro?”, preguntó Judas en la Última Cena (Mt 26,25). Y con un “¡Salve, Maestro!”, le traicionó (Mt 26,49).

Cuando Andrés y Juan le dicen: “¿Maestro, dónde vives?” Comienzan a llamarle así a alguien que, según todas las apariencias, es un trabajador como ellos. Jesús sabe que no buscan una casa, una idea, una verdad; buscan una persona, un líder a quién seguir. No buscan una persona a quién conocer, buscan a alguien con quién vivir, alguien cuya vida y tarea puedan compartir. Le han pedido su amistad y Él la abre de par en par. Y fueron y vieron dónde moraba, y se quedaron con Él aquel día (Jn 1,39).


JESÚS, EL MAESTRO QUE ENSEÑA

El Maestro atrae. Andrés le comunicó a Pedro de su hallazgo, y ambos se encaminaron hacia Jesús. El Maestro fijó sus ojos en Pedro; una mirada que bajó hasta el fondo del alma del recién llegado, una mirada que interpretaba y creaba un destino.

El Maestro habla del sentido de su vida y no deja lugar a ambigüedades: “Yo no he venido a traer la paz, sino la guerra” (Mt 10,34); “No he venido a los justos, sino a los pecadores” (Mt 9,13).

El Maestro es inflexible con los vacilantes: “Deja a los muertos que entierren a sus muertos”. (Mt 8,22); “No se puede servir a dos señores” (Lc 16,13).

El Maestro posee soberana decisión: “El Cielo y la Tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mc 13,31).

El Maestro posee independencia que impresiona a sus contemporáneos, a quienes llamaba la atención, más que lo que decía, el modo como lo decía: “Se maravillaban de su Doctrina, pues les enseñaba como quien tiene autoridad” (Mc 1,22). Nadie quedaba indiferente ante sus enseñanzas. Los efectos eran distintos: aceptadas por los pequeños y sencillos; rechazadas por los sabios y soberbios.

Era esta libertad de su alma la que atraía a sus discípulos e impresionaba a los mismos fariseos. Por eso sus Apóstoles no pudieron resistir su llamada: dejaron las redes o el banco de cambista tras una simple orden.


PEDAGOGÍA DE JESÚS

La acogida del otro, en especial del pobre, del pequeño, del pecador como persona amada y buscada por Dios.

El anuncio genuino del Reino de Dios como Buena Noticia de la Verdad y de la Misericordia del Padre.

Un estilo de Amor tierno y fuerte que libera del Mal y promueve la Vida.

La invitación apremiante a un modo de vivir, sostenido por la Fe en Dios.

La Esperanza en el Reino y la Caridad hacia el prójimo.



Quien sigue a Cristo es y debe ser un perpetuo discípulo, un aprendiz, alguien que permanece en todo momento a la escucha del Maestro.



El empleo de todos los recursos propios de la comunicación interpersonal como la palabra, el silencio, la metáfora, la imagen, el ejemplo y otros tantos signos, como era habitual en los Profetas bíblicos.

Cristo les enseña la Pedagogía de la Fe en la medida en que comparten plenamente su misión y su destino.

Frente a las enseñanzas de los Escribas, su enseñanza tiene tres puntales, en este orden: PALABRA:

“No será tu Maestro aquel a quien escuches, sino aquel de quien aprendas; ni lo será aquel que te dé explicaciones, sino aquel que deje en tu corazón huellas de su enseñanza; ni lo será el que te invite a entrar por la puerta, sino el que te descorra la cortina; ni aquel que te ofrezca sus palabras, sino aquel que excite en ti sus mismos estados espirituales”.


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