El “interés político” es un deshonor
Juan Pablo II, el Santo de hoy, el viajero incansable de su tiempo, cumpliendo la tarea milenaria de “ir y confirmar a los pueblos en la Fe”, en su Magisterio siempre recordaba e invitaba a tareas importantes e impostergables en la vida de las naciones. Este Juan Pablo, a quien nuestra gente solía aclamar con un “ya eres mexicano”, supo de Gobiernos excelentes, buenos, mediocres y también corruptos desde los días de su juventud en su propia Patria y después en sus andanzas como Pastor alrededor del mundo. Oyó discursos llenos de comedimiento y de empalago, y otros con verdades a medias, o con falsedades, pronunciados por toda clase de Ministros, Jefes de Gobierno y Presidentes.
De la amplia geografía, iba compartiendo gozos y esperanzas para señalar mejores derroteros. Por eso afirmó alguna vez: “El interés político es un deshonor”, y bien sabía lo que decía. Se refería a intereses maquiavélicos, a ambiciones exorbitantes, a ganancias desproporcionadas, arregladas bajo la mesa de muchos de aquellos que ejercían la tarea política. Esto mismo también lo señalaba la vox populi, la rumorología mediática y, por excepción, autoridades honradas, puesto que entonces, como hoy, era evidente que había gobernantes que propiciaban y siguen propiciando el enriquecimiento ilícito, la compra de conciencias y el reparto de sobornos. Y ante esos males, el Papa Santo nos daba una medicina: “La libertad y la dignidad, son el credo civil de los pueblos”
La vocación política debería emplearse para ejercer el liderazgo en las causas de la justicia y de la paz. Mas, ¿qué nos cuentan los Reporteros oficiosos de Periodismo Político? Refieren análisis puntuales para dar cuenta de gran número de actos de corrupción en los círculos gubernamentales o de otras actitudes que alimentan el “sopechosismo” de la gente, ante lo cual al pueblo sólo le queda el chiste, la sátira o el escarnio como último recurso, y lo emplea con frecuencia.
Pero el Papa recomendaba otras actitudes: “Estamos llamados a tomar la parte que nos corresponde en los asuntos políticos, sociales, económicos y culturales”. Así pues, la ciudadanía debería de tener injerencia puntual en las decisiones que toman, casi siempre tras bambalinas, personajes que dicen ser sus representantes en las Cámaras del país o en las altas esferas de Gobierno, donde se dicen ser servidores públicos, mandatarios y no mandantes, pero cuyos cargos, en todo caso, ciertamente no han honrado.
Han existido y existen políticos deshonestos que han defraudado o que se prestan para el lavado de dinero; el pueblo conoce sus nombres y apellidos. Ciertas notas de Prensa los han desnudado, provocando el aplauso catártico de la gente sencilla. Pero todo termina pronto, diluido en la vorágine mediática de cada día y, finalmente, con un ilegal carpetazo. En todo el mapamundi operan Jueces vendidos, y México no es la excepción. Ejemplares hay del pasado y del presente. Incluso se aprueban leyes maquinadas a favor de personajes oscuros para comprar su lealtad de por vida; así por ejemplo, esa Ley de Pensión Vitalicia para Magistrados, que puede considerarse como un soborno anticipado de los Diputados Federales, quienes, con esa concesión, pretenden amarrar las manos de los Magistrados del Tribunal Electoral de Poder Judicial de la Federación desde ahora.
Por otra parte, si una nación existe por y para la cultura y ella es la educadora, ¿qué podemos esperar cuando tantos mentores sólo muestran el músculo para conseguir prebendas, usufructuar sueldos no merecidos en el trabajo diario? ¿Es ésa la función de las protestas callejeras y el desquiciamiento que enerva a la Sociedad? ¿Los guía la codicia de los puestos públicos conseguidos por influyentismo, sin dignidad alguna? Entonces, ¿qué queda de verdadera educación y cultura? La única revancha por la pobreza y manipulación es la crítica carnavalesca al gremio de los políticos y de quienes emplean esta actividad para obtener beneficios personales.
La tarea de los pueblos, anotó San Juan Pablo II, “es la de aspirar a desarrollar, con ayuda siempre fraternal y respetuosa, todos sus recursos materiales y humanos para tener una vida más digna; es una tarea ineludible, de todo el pueblo”; ideal que, por desgracia, la llamada clase política ha olvidado.
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