Lupita:
Vivo con mi anciana madre. Hace ocho años perdió las dos piernas. La cuido de tiempo completo. Mis hermanos que tienen familia vienen poco a verla. Nadie sabe lo que vivo a su lado. La cuido con esmero, pero ni quien lo note. Estoy cansada, no entiendo estos designios de Dios. Le pido que me lleve ya y no le veo sentido a la vida.
Sé que es pecado pensar en la muerte, pero ¿cómo puedo superar todo esto?
Cecilia
QUERIDA CECI:
Puedo sentir tu frustración y cansancio. Tienes una cruz pesada que no cualquiera puede llevar. Jesús ha dicho: “Vengan a mi todos los que estén cansados y lleven cargas pesadas, que yo los aliviaré” (Mt. 11, 28).
Si está a tu alcance, busca un descanso, pide ayuda y relájate un poco, cambia de actividad por una temporada.
Hay tres formas de cargar la cruz: renegando de ella, aceptándola o abrazándola.
Una cruz sin Cristo se hace pesada e imposible, nos lleva a no querer vivir más y a no entender el sentido del dolor. Una cruz que se acepta, se sobrelleva, pero sin fruto. La cruz en la que está Cristo ¡tiene sentido! Cargándola con Él, podemos abrazarla como Él lo hizo y redimir a su lado a las almas. La nuestra propia y las de quienes amamos.
Quienes tenemos grandes dolores en esta vida, y sabemos ofrecerlos, estamos adelantando nuestro purgatorio. Algunos santos nos dicen que es mejor tener penas en esta vida que en aquel lugar de castigo.
Dios ha dado valor redentor al dolor. Hemos de recordar que al cielo sólo entran almas santas, limpias. Si la nuestra lleva manchas pequeñas o grandes en el momento de nuestro juicio final, deberá pasar por el purgatorio.
Creemos en el purgatorio por la enseñanza de la Iglesia que nos dice que es un lugar de castigo donde se expían las penas temporales debidas por el pecado, si no fueron expiadas en esta vida. En el Antiguo Testamento encontramos lo siguiente:
“Es pensamiento santo y provechoso, orar por los difuntos para que sean libres de sus pecados” (2 Mac. 12, 46).
El Concilio de Trento nos enseña: Hay un purgatorio y podemos socorrer a las pobres almas que sufren ahí.
San Ignacio de Loyola expresa en sus Ejercicios Espirituales que la justicia de Dios se nos muestra frecuentemente de forma demasiado severa aquí en la tierra, pero lo que acontece aquí abajo, no es ni sombra de las penas eternas. Conviene reconsiderar nuestra vida a la luz de la justicia y misericordia divina. Tenemos la conciencia para arrepentirnos y elegir una vida sin pecado. Tenemos el dolor que podemos ofrecer en satisfacción de nuestras culpas y las de quienes amamos. Tenemos el hoy, para darle sentido a nuestras vidas amando al modo de nuestro creador.
Hermana mía, para que bendigas por tu vida y la vida que Dios quiere para ti, búscalo a Él sinceramente, medita en su sufrimiento y el de su madre María Santísima, y únete a ellos con profunda reverencia.
No cuentes los años que llevas batallando, puedes darte un descanso, pero da gracias por la oportunidad de servir. Tu madre y tú están viviendo su purgatorio en este mundo. Vive en clave de eternidad y cada nuevo día será una oportunidad para amar. Cada amanecer piensa: “hoy es el primer día del resto de mi vida”.
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