jueves, 9 de julio de 2015

Vayan a predicar, y si juzgan necesario, hablen

Juan López Vergara

El pasaje del Santo Evangelio que hoy ofrece nuestra Madre Iglesia, muestra que la Misión de los Doce Apóstoles depende totalmente de la de Cristo y encuentra en ella su motivación y su modelo (Mc 6, 7-13).

¡La pobreza es un valor evangélico!
Jesús había escogido a los Doce para que “estuvieran con Él y para enviarlos a predicar” (Mc 3, 14). La dimensión misionera es ahora instituida por Jesús, quien los envió de dos en dos, revestidos de poder para prolongar su actividad: predicar, curar y expulsar demonios (véanse vv. 6-7).
Jesús, enseguida, les enseñó la libertad con que deben actuar con respecto a los más elementales apoyos; “les mandó que no llevaran nada para el camino: ni pan ni mochila ni dinero en el cinto, sino únicamente un bastón, sandalias y una sola túnica” (vv. 8-9). Los discípulos así predicarán, incluso sin abrir la boca: antes de hablar estarán anunciando ya cuáles son las verdaderas preocupaciones. Es una invitación a la conversión, que pone en juego la relación con Dios, vinculada con el modo de comportarse en lo tocante al ‘pan’, ‘el dinero’ y las ‘túnicas de repuesto’.
Se trata de la condición misionera de la Iglesia, que deberá actuar siempre, en palabras del Poeta, como los hijos de la mar, ‘ligeros de equipaje’.
¡La pobreza es un valor evangélico!

Es una Palabra que nos sacude
La Buena Noticia se convierte en juicio y condena de cuantos la rechazan: “Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta que se vayan de ese lugar. Si en alguna parte no los reciben ni los escuchan, al abandonar ese lugar sacúdanse el polvo de los pies, como una advertencia para ellos” (vv. 10-11: compárese Hch 13, 51). Es una acción simbólica: que nada del terreno culpable se pegue a los predicadores, quienes por mandato de Jesús partieron como testigos del Anuncio y también del juicio de condena en caso de rechazo. Es una Palabra que sacude, que suscita contradicciones.

Proclamar el Mensaje
y jugárselo todo por él

Al prolongar con su predicación la Palabra de Jesús, prolongan también su acción con las obras: “Expulsaban los demonios, ungían con aceite a los enfermos y los curaban” (vv. 12-13). Al curar, utilizan un medio cuyo valor terapéutico era conocido en la antigüedad: el aceite, al que se le atribuía cierta eficacia incluso en la lucha contra el Demonio. El discípulo tiene que proclamar el Mensaje y jugárselo todo por él.
El Evangelio invita a reflexionar que Cristo supone en cada uno de nosotros una triple conciencia: conciencia del origen divino de la Misión, del proyecto al cual nos sabemos llamados pero sin ser nuestra la iniciativa; la conciencia de salir de nosotros mismos para ir a otro sitio, a lugares nuevos, en continuo caminar, con la mayor sencillez y desprendimiento; y la conciencia, finalmente, de poseer un Mensaje nuevo y alegre qué comunicar, siempre en clave de libertad.
Nos recuerda a Francisco de Asís cuando enviaba a sus hermanos: “Vayan a predicar, y si juzgan necesario, hablen”.

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