jueves, 16 de julio de 2015

Aquellos retadores años de un Formador

Remembranzas

Muy próximo a cumplir su primer Centenario, el Seminario Menor Auxiliar de Totatiche, fundado por el señor Cura Cristóbal Magallanes Jara, hoy Santo, uno de sus Prefectos, el Padre Adalberto González, nos compartió sabrosas reminiscencias.

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José de Jesús Parada Tovar

Nuestro entrevistado, oriundo de Capilla de Guadalupe, Jalisco, donde nació el 25 de junio de 1940, fue ordenado Presbítero el 17 de diciembre de 1966, haciendo gala de aceptable memoria, adosada de su buen humor, nos platicó que sus primicias sacerdotales las cumplió, durante un año, primeramente como Vicario Parroquial de Totatiche, supliendo temporalmente al señor Cura Nicolás Mejía Sosa, y luego como Vicario del Párroco de Temastián, Primitivo Alvizo Barajas, alternando la labor de Director Espiritual del Seminario Auxiliar de Nuestra Señora de Guadalupe.
A la sazón, era Rector del Seminario Diocesano de Guadalajara el Padre Francisco Villalobos Padilla, y como Prefecto de aquella Casa de Totatiche el Padre Salvador Trujillo, a quien suplió luego el Padre Adalberto como Responsable de la Disciplina de más de 80 muchachos, provenientes principalmente de Municipios del Norte de Jalisco y del Sur de Zacatecas, y que cursaban la Secundaria.
“Ya en la Rectoría del Padre Juan Sandoval Íñiguez, y tras seis años como Prefecto y Maestro de varias asignaturas –además de apoyar en lo posible a la Parroquia, cuyo Templo estaba frente a la Casa de Formación–, le pedí que me relevara por otros Padres mejor preparados. Y es que me había topado con problemas de todo tipo que nunca había imaginado y que me hacían sentirme saturado, rebasado… ¡Y eso que entonces no teníamos ni siquiera teléfono; mucho menos esos aparatos sofisticados de ahora!”.

Las penalidades del sustento
Entre sonriendo y autocompadeciéndose, el Padre Adalberto González González nos confió: “Se me asignaban unos tres mil pesos mensualmente para atender a ochenta muchachos –llegué a tener ochenta y seis [acotó]–, aunque al final dependíamos ya totalmente del Seminario Menor de Guadalajara y siempre me apoyó el Padre Rector, Juan Sandoval. Les pagaba ciento cincuenta pesos a cada Profesor, y cincuenta pesos a cada una de las cuatro cocineras. Casi nomás en eso se me iba el presupuesto.
“Por las tardes me acompañaban alumnos a recoger lo que nos daba la gente: maíz, calabazas, chilacayotas, chocolate, gallinas y hasta guajolotes. Entonces le dije al Padre Juan: ‘Ya me cansé de seguir a las vacas’. ‘¿Cómo es eso?’ –repuso– ‘Sí. Es que don Pedro se las vendió a don Jesús, y éste a don Martín…’. Era un hato de ganado lechero corriente, de vacas cruzadas con cebú, que daban la leche ya casi hecha queso. Por eso, allá el queso es muy bueno. Yo seguía a un ganado pinto mejor que habían llevado de Los Altos. Tenía que conseguir de veinte a treinta litros diarios para alimentar a los Seminaristas.
“Fue cuando el Padre Sandoval me sugirió formar una granja y empezamos a comprar vacas. Tuvimos cuatro o cinco, y ya no le batallamos, incluso para la carne, pues a veces nos comíamos los becerros en lugar de venderlos. Después, recibimos más apoyos; por ejemplo, mil pesos mensuales de la Unión ‘Cristóbal Magallanes’, y otras cantidades de la Parroquia de Temastián y del mismo Seminario.

También milagros
Luego, el Padre González refrescó, con emocionado agrado, lo que consideró un prodigio: “Yo sacaba fiado en los tendajones más surtidos. Don Pedro Rosales me vendía de todo: costales de frijol, arroz, azúcar, y un día me dijo: ‘Mire, Padre, los anaqueles ya se me vaciaron, y usted me debe doce mil quinientos pesos’. ‘¡Madre mía!’, me limité a decir. ¿Y qué voy a hacer con semejante deuda?, pues en aquel tiempo (a inicios de los años setentas del siglo pasado) era mucho dinero como para surtir bien su tienda. No sabía yo que debía tanto dinero, además de verduras y otras cosas en otros lados.
“El caso es que fui a platicarle al señor Cura Mejía, y después de comer con él, me dijo sólo contar con unos tres mil pesos en pura morralla de la limosna. En la portería del Seminario me esperaba un señor, que me saludó muy amable. No recuerdo su nombre, pero procedía de Temastián y, sin más, me entregó mil dólares. Le pregunté la causa y me relató: ‘Ahora que estuve en Estados Unidos dejé de fumar y fui ahorrando lo de una cajetilla diaria de veinticinco centavos, para destinarlo después al Seminario’… ¡Era exactamente lo que le debía a don Pedro!, a razón de doce pesos y cincuenta centavos por dólar.
“¡Qué Fe y Caridad de esa gente, y también qué grande confianza en el buen destino de su ofrenda! Este hermoso milagro se lo atribuyo a la Virgen de Guadalupe, de la que son muy devotos por allá. De hecho, lo invité a la Capilla de aquel viejo Seminario a darle gracias al Santísimo y a rezarle a la Virgen en su bella Imagen, porque también es la Patrona del Seminario de Totatiche. Le agradecí al donante y le di la bendición”.
…Por cierto, son varios los alumnos aquellos que llegaron al sacerdocio, mientras que otros muchos son ahora buenos cristianos y padres de familia, hombres de bien. No pocos de ellos aún recuerdan al Padre Adalberto; le hablan, le mandan saludos o van a visitarlo al Albergue Trinitario Sacerdotal, donde es huésped desde hace cinco años a raíz de un percance automovilístico, y disfrutan oírle, en su silla de ruedas, sus consejos, salpicados de ocurrencias y carcajadas.

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