jueves, 16 de julio de 2015

Principio y fin del Oratorio de San Felipe Neri de Guadalajara

san felipe neri 1

Tomás de Híjar Ornelas, Pbro. Cronista
de la Arquidiócesis de Guadalajara

El 22 de julio de 2015 se cumplen 500 años del nacimiento de San Felipe Neri (1515-1595), apodado “Apóstol de Roma”, pues aunque nació en Florencia, en aquella ciudad ejerció el apostolado que le inmortalizó, fundando en el templo de Santa Maria in Vallicella, en 1575, la Congregación del Oratorio.
Los Oratorios filipenses son congregaciones de eclesiásticos y seglares decididos a llevar una vida de comunidad lo más parecida posible a las primitivas comunidades cristianas, rigiéndose, más que por reglas, por la sola caridad vivida como en familia, teniendo por centro la Palabra de Dios, de modo que no hacen votos y sus comunidades las encabeza un prepósito elegido por votación después de un lapso de tres años. Cada Oratorio es totalmente autónomo y se rige independientemente de los demás, formando entre todos una Confederación.
El Oratorio se introdujo en España en el siglo XVII, incluyendo sus dominios de América. A finales del Siglo XVIII, eran más de 200, casi todos aniquilados durante las perturbaciones sociales y políticas del Siglo XIX. Actualmente, hay en España diez y en México 6, y en todo el mundo 86, sumando 470 miembros.
El primer Oratorio fundado en la Nueva España fue el de la Ciudad de México (1659), seguido del de Puebla (1671) y del de Antequera. Habrá Oratorios en San Miguel el Grande, Santiago de Querétaro, Orizaba y Santa Fe de Guanajuato.

El Oratorio de San Felipe Neri de Guadalajara y su edad de oro
En 1679, algunos clérigos de la Nueva Galicia, deseosos de vivir en comunidad, y animados por su Obispo, don Juan Santiago de León Garabito, crearon una Unión y Confraternidad que tuvo por sede una de las capillas del Santuario de la Soledad. Algunos años después, al noroeste de la ciudad, en un sitio llamado La Palma, comenzaron a construir su templo y casa, gracias a los diligentes empeños del filipense don Juan González Villaverde. El 13 de agosto de 1721, el Oratorio tapatío fue reconocido como tal ante la Santa Sede.
La grandiosa obra material de los filipenses de Guadalajara debe mucho al respaldo absoluto que les dio, entre 1751 y 1760, el Obispo José Francisco Martínez de Tejada, y a las diligencias del eficiente Oratoriano don Cristóbal de Mazariegos.
El templo monumental se dedicó a La Asunción de María, y las obras estuvieron a cargo del maestro de obras Pedro José Ciprés y su copioso número de operarios, todos indios del pueblo de Mezquitán. Terminó de edificarse en 1804, tiempo por el cual la Congregación estaba boyante, no menos que amplia era su Casa, hoy Escuela Preparatoria de Jalisco, pues al calor de la expulsión de los jesuitas, en 1767, los Oratorianos intentaron suplirlos en la educación Media Superior, hasta entonces a cargo de los desterrados. Incluso hicieron gestiones para que su personal y casa sirviera de sede de la Universidad de Guadalajara, proyecto que no prosperó.

Ocaso de los Oratorianos
Los 12 agitados años que pasaron entre la sede vacante del Obispo Cabañas y la designación de don Diego Aranda y Carpinteiro, no fueron benéficos para los Oratorianos tapatíos, pues su número menguó al máximo y siendo su prepósito el doctor José Manuel Covarrubias, acogió a José Ana Bonilla y Andrés Rivera, a los que se sumó Juan N. Suárez, los cuales se confabularon para expulsar al octogenario Covarrubias de la Casa. Cuando se les sumó José María Ríos, se expulsó al prepósito, que lo era Andrés Rivera, y éste inició un ruidoso litigio ante la Santa Sede, que concluyó la mañana del 2 de agosto de 1858, con la decisión de los gobernadores de la Mitra, canónigos Casiano Espinosa y Jesús Ortiz, de decretar, según la sentencia pontificia, la expulsión de los cinco Oratorianos que quedaban, agregando su patrimonio al de la Diócesis.

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