jueves, 23 de julio de 2015

La formación de menores y de vocaciones adultas

Remembranzas (Segunda parte)

Después de siete años en el Seminario Menor Auxiliar de Totatiche, Jalisco, primero como Director Espiritual y luego como Prefecto de Disciplina, el Padre Adalberto González González fue removido a Guadalajara para continuar con la obra formativa.

2

José de Jesús Parada Tovar

En aquellos años, inicios de los setentas del siglo anterior, el brinco resultó fenomenal, no sólo en el aspecto geográfico (de la punta Norte del Estado al Centro, y con las marcadas diferencias de hábitat), sino en cuanto a la carga de responsabilidad, según recordó él mismo: “De allá, donde tenía a mi cargo ochenta muchachos, me vine directo al Seminario Menor como Prefecto General de la Casa de San Martín, donde había cuatrocientos alumnos de Secundaria y éramos ocho Padres. Afortunadamente, sólo estuve un año”.

Un experimento en fragua
Y prosiguió su memorioso relato el Padre Adalberto: “Yo nomás había oído hablar del Instituto de Vocaciones Adultas. Cuando estudiaba en el Seminario Mayor, veía como compañeros mayores, en Filosofía o en Teología, a varios que procedían del que al principio se llamó Instituto de Vocaciones Tardías, IVT, como Tiburcio León Corona, y otros que habían cursado previamente Carrera en la Universidad, como Rafael Uribe Pérez, Pedro Ortega Pelayo, José Luis Iguíniz Hernández, Salvador Sánchez Tovar o Rubén Candelario Arellano; muy buenos compañeros todos ellos.
“Sin embargo, yo ignoraba totalmente cómo se manejaba esa Sección del Seminario, ya con el nombre de Instituto de Vocaciones Adultas, IVA, a la que me comisionaron como Prefecto. La Casa estaba en lo que había sido el Seminario Interdiocesano, por la Calle 30 ó Emiliano Zapata, del Sector Libertad; pero pronto nos mudamos a una División del Seminario Menor Nuevo, allá por la Avenida Lázaro Cárdenas (donde se cursaba formalmente del 4º al 6º Grado de Humanidades).
“Yo le planteaba entonces al Arzobispo, el Cardenal José Salazar López, la problemática característica de esos tiempos y circunstancias: algunos procedían de familias desintegradas; otros, por haber entrado ya muy grandes al Seminario, casi querían ordenarse Sacerdotes luego. Fue cuando tuvimos que adaptar el Reglamento en varios Puntos, por ejemplo el del límite de edad para el ingreso, pues entrando a los cincuenta años, seguramente darían poco tiempo de servicio a la Iglesia o con dificultades de salud.
“Lo cierto es que vino a ser una experiencia difícil al principio, pues en el domicilio anterior teníamos mayor amplitud y el espacio era únicamente para nosotros. En cambio, en el Menor Nuevo nos veían como extraños en cuanto a nuestra peculiar organización, pues había alumnos que no habían cursado la Preparatoria o siquiera la Secundaria, y había que mandarlos a estudiar para nivelarlos con los demás, y me tocaba darles clases de unas y de otras, aquí y allá; lo mismo Literatura que Inglés, Latín, Introducción a la Filosofía o Manualidades”.

Maduración de frutos
Tiempos “heroicos”, sin duda, según rememora el Padre González, máxime que la modalidad del IVA frisaba escasamente los 15 años de haber comenzado en el Seminario Diocesano de Guadalajara, cuando había dado sus primeros pasos en un anexo del Templo Parroquial de Santa Teresita, y había tenido ilustres Formadores y Prefectos, entre otros, el Padre Nicolás Valdés Huerta y el Padre Francisco Raúl Villalobos Padilla, posteriormente Rector del Seminario y luego Obispo (hoy Emérito) de Saltillo.
“Me imagino que supe sortear más o menos todos los avatares. Eran entonces de 20 a 30 alumnos, de los cuales, ya en estudios superiores, lograron ordenarse dos o tres por año. Puedo decir que eran grupos de muchachos trabajadores, siempre dispuestos para salir al apostolado en las Parroquias. Muchos de ellos se acuerdan de aquellas andanzas, e incluso algunos, con el tiempo, llegaron a ser Maestros o Formadores del propio Seminario”, terminó refiriendo nuestro entrevistado.
En tales faenas al frente de los Seminaristas “viejitos” (así los llamaban y trataban los demás), el Padre Adalberto engastó seis años de su ministerio sacerdotal, ahora ya muy próximo a cumplir 50 años (en 2016). Luego sería Vicario Parroquial de La Madre de Dios y de Nuestra Señora de la Paz, así como Capellán de Santa María de Gracia. Y, simultáneamente, Vocero del Arzobispado y Director de la Oficina de Prensa y Comunicaciones; Director de la Revista Apóstol, del Seminario Mayor; Cofundador, Colaborador y Consejero Honorario del Semanario Arquidiocesano; Director de la Hoja Parroquial y del Boletín Eclesiástico Diocesano, hasta antes del grave percance automovilístico que lo tiene recluido desde hace cinco años en el Albergue Trinitario Sacerdotal.
Y habría que añadir que durante 25 años escribió para el Suplemento Cultural Dominical del Periódico El Informador, y que a la fecha ha escrito 16 libros de Narrativa, Cuento y Poesía… Pero ése es otro episodio muy específico, del que aquí mismo daremos cuenta en próximos Números.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario