jueves, 13 de octubre de 2016

Nadie está excluido de la salvación de Dios

Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara

Hermanas y Hermanos en El Señor:

Tiene particular relevancia, en el Evangelio, la curación de los leprosos, por todo lo que significaba esta enfermedad para el pueblo judío y, posteriormente, el rito que debían seguir los que podían sanar. Pero también podemos pensar en todas las curaciones que hizo, incluso a los no judíos.
De aquí deducimos que la salvación que Dios ofrece a nuestra pobre Humanidad no la ofrece sólo para un pueblo o para un grupo. Al contrario, el Señor quiere la salud y la salvación de todos los hombres, de todas las razas, de todas las naciones y de todos los tiempos; no sólo para los que se consideran fieles o justos, cercanos a Dios, dueños de su salvación.
El Señor no opone resistencia a aquel que le pide con Fe la salvación, porque ésta es universal, “porque quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tim 2,3).
No podemos, por tanto, considerarnos excluidos de la salvación de Dios, aunque seamos pecadores, o porque no participamos asiduamente en los Sacramentos o porque frecuentamos poco la Iglesia o porque no somos observantes cotidianos y lectores de la Palabra de Dios. Que no se nos olvide que Él nos ofrece la salvación a todos. No espera que seamos santos para, entonces, ofrecernos su salvación. Ya, desde este momento, en cada instante, nos está esperando para darnos su perdón.
Tampoco podemos excluir a nadie de la salvación de Dios, juzgando, por ejemplo, que de acuerdo a la vida que lleva, no la merece. O interpretando que tal grupo que se porta mal, según nosotros, pensemos que tampoco la amerita.
Lo más importante de cada milagro que hacía Jesús no era sólo la sanación de una situación, ya fuera curación, expulsión de un demonio o devolverle la vida a alguien, sino lo que va dirigido al corazón, a lo más profundo de la persona, a lo más profundo de su ser; es decir, que Dios está por encima de todo, y merece todo nuestro reconocimiento y nuestra conversión a Él.
No sólo viene curado el cuerpo, sino que también viene renovada el alma a través de una conversión. Hay un cambio en el cuerpo; pero, sobre todo, un cambio en la vida interior, en el ánimo y en el alma, que permite reconocer al verdadero Dios.
La Fe en Jesucristo nos da el don más grande, el que más anhelamos en este mundo, que es la salvación. La Fe nos ofrece la salud integral, la salud más profunda, que es nuestra salvación.
San Pablo nos recuerda que en el Evangelio no hay que olvidar que “Jesucristo, de la descendencia de David, resucitó de entre los muertos, conforme al Evangelio que yo predico” (1Tim 2,9). Es el Evangelio completo, verdadero, que no tenemos que olvidar jamás.
Con todo derecho, con toda verdad, cualquiera que sea nuestra situación de vida, le podemos pedir al Señor: Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros, ten Misericordia de nosotros, porque la necesitamos todos. Cada encuentro con Él podemos repetirle lo mismo.

Yo les bendigo en el Nombre del
Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

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