Relevante efeméride
Pbro. Tomás de Híjar Ornelas
Cronista de la Arquidiócesis de Guadalajara
De las 10 Catedrales que se edificaron o comenzaron en los tres siglos de la dominación española en lo que hoy es México, sólo dos pudieron ser consagradas: la de La Inmaculada Concepción, de la Puebla de los Ángeles, el 18 de abril de 1649, que comenzó a construirse en 1575 y tardó 74 años en verse concluida, y la de Guadalajara, cuyas obras iniciaron a fines de 1573 y llegaron a feliz término 145 años más tarde, siendo su epílogo la Consagración, que encabezó el Obispo Fray Manuel de Mimbela y Morlans, OFM, el 22 de octubre de 1716.
Etapas previas
Luego de estar en cuatro Sedes provisionales, la Catedral definitiva se estrenó el 19 de febrero de 1618. Empero, la fase de conclusión de las obras materiales aún consumiría 97 años más, antes de terminar las torres (que se colapsarían luego), el Coro con su sillería en el segundo tramo de la nave central, las dos Capillas en los cubos de las torres, la Sacristía y la Sala Capitular.
Si la estructura del recinto se ciñó al gusto clasicista del Renacimiento español, su interior fue todo barroco: los Altares de madera tallada y dorada, las esculturas y las pinturas, los objetos litúrgicos y el menaje en uso. El primero de los retablos lo dirigió Francisco de la Gándara para el Sagrario de la Catedral, que hizo las veces de sede parroquial hasta la inauguración del que se hizo muchos años después, a partir de 1818, anexo al muro Sur del recinto.
En 1621 se cerraron las torres y hasta se colocó un reloj en la del lado Sur, la que daba a la Plaza Mayor. Poco después se terminó de enlosar su interior con placas de piedra que eran también losas funerarias, puesto que en ese tiempo la Catedral era usada a la par como cementerio. 30 años después, se inauguró una plazuela frente al recinto, para lo cual fue necesario demoler las fincas ahí situadas. En 1664 la Catedral estaba sin torres, demolidas las primeras por fallas estructurales. En 1687 un sismo obligó a descubrir casi todas las bóvedas y deshacer las seis portadas para asegurar de nuevo sus sillares. Dos años más tarde estaban terminadas las torres. Lo último en hacerse fueron la Sala Capitular, en 1698, y casi al mismo tiempo, la Sacristía.
La Catedral barroca y la ceremonia de Consagración
Si hubiera llegado hasta nosotros la decoración catedralicia de los Siglos XVII y XVIII, no habría forma de reconocerla tal como hoy está: el Coro, al centro; del tercer al quinto tramos, la Crujía o pasillo procesional, y en el sexto tramo, el Altar Mayor, con su muro testero ochavado, donde se situaba el retablo o Altar de los Reyes. Todos los Altares, al uso de entonces, se fueron armando con entalladuras finamente doradas, costeados casi todos por los fondos catedralicios.
Según el Rito Pontifical de entonces, la ceremonia que protagonizó Fray Manuel de Mimbela el 22 de octubre de 1716 ante un nutridísimo número de fieles, deseosos de lucrar la Indulgencia Parcial de un año que les concedió el Obispo, constó de cuatro partes: ritos de purificación, traslado y colocación de las reliquias de los Santos Concordio, Celso, Defendente y Felicísimo, Consagración del Altar y crismación de los muros, y Celebración de la Eucaristía.
El Obispo consagrante
Fray Manuel de Mimbela nació en Fraga, Aragón, en 1661. Ingresó a la Orden de los Frailes Menores y cursó estudios en Zaragoza, llegando a ser Maestro del Convento de San Francisco de Borja, ministerio que dejó para trasladarse a la Nueva España, donde fue Guardián del Convento de San Francisco, de Zacatecas. En calidad de Procurador de su Provincia, regresó a España, donde el Rey Felipe V lo propuso al Papa para ceñir la mitra de Panamá, aunque poco después se le designó para Oaxaca, y finalmente, en 1714, para Guadalajara, sede que gobernó con acierto hasta su muerte, el 4 de mayo de 1721.
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