¡Descomposición social y muerte!
Hay muertos cargados a la conciencia anónima, e incontables culpables de muertes no debidas. Catástrofes y epidemias aumentan el caudal de vidas tronchadas. Son los “genes de la pobreza”, que llenan tumbas sin epitafio. Incontables sepulcros colectivos, que el crimen organizado los marca y organiza a su estilo. Fosas excavadas para ocultar la podredumbre social. Tráfico de vidas que revuelven las entrañas… innumerables desapariciones forzadas.
Alguna vez dibujaron el mapa mexicano como un cuerno de la abundancia enorme. Por supuesto que posee exuberancia en muchos sentidos. Debiera doler, al interior de todos, la pobreza, las víctimas, la ilegalidad, el tráfico de enervantes. Y, sin embargo, sobre tanto dolor es menester sembrar la Esperanza.
La tierra huele bien. Se desvanece octubre, en las cercanías del Día de Muertos. Parece húmeda porque se ha regado con lágrimas. Han sido, sin duda, abundantes también las oraciones. Llegar a los Panteones nunca es agradable del todo. Nos llenan de recuerdos los amigos, padres, familiares, conocidos; son situaciones frágiles. Es un deber colmar de plegarias los huecos de la Esperanza. Cuando rezamos por los difuntos, parece que el Cielo está bajo; muy cerca del sufrimiento.
En el mes que llamamos “de las Ánimas” entra por todas partes una nostalgia por el arte del fuego. Veladoras que arden junto a las cruces de los Camposantos. Los Altares de Muertos son religiosidad sencilla que inspira vida. En los Cementerios, las flores, aunque marchitas, dan otro aliento, llenan el arcoíris de la confianza.
Se ensaya también multitud de viandas, al gusto de las personas que quisimos. Surgen fotografías de la gente nuestra porque creemos en el más allá de los Panteones. Dios resucita todos los días cuando rezamos por el perdón por nuestros deudos. Así, nosotros tenemos la tarea de crear historias regeneradas. Es imperioso proclamar juntos la Resurrección.
Las tradiciones mexicanas alrededor de la muerte quieren fraguar un molde de Esperanza, que incluso aliviana los momentos difíciles de la vida presente. En el Día de los Difuntos reverdecen todas las plantas para colmar de olores los sepulcros. En la rueda inmensa del tiempo se van acomodando recuerdos logrados en vida y que son, ahora, como el bastimento en el camino de regreso a las manos de Dios. De ahí, un día salimos.
Las tradiciones de estas fechas son más que pintar de fiesta estos días. Invitan a una Cultura de Esperanza, inspirar mejores formas de vivir. Tal convicción cristiana es imprescindible en esta vida de vicisitudes y contratiempos. Los círculos de la pobreza nos han atrapado como en ratoneras oxidadas. La vida política y social arrasa todo optimismo. La Fe, pletórica de caridad, conseguirá que la Esperanza retoce en salud sin mezquindad.
El Papa Francisco ha dicho: “…Me uno espiritualmente a cuantos se acercan en estos días a las tumbas de sus muertos en los Cementerios del mundo entero”. Ha recordado que los dos primeros días de noviembre constituyen, para los católicos, “un momento intenso de Fe, de oración y de reflexión” sobre las “cosas últimas” de la vida.
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