Daniel León Cueva
Lo más probable es que no se acuerde uno de los seres queridos difuntos nomás cada año; pero, eso sí, vienen más a la mente en el Día de Muertos o en el Mes de las Ánimas, máxime si se trata de muertes recientes.
Difícilmente algún país le gana a México en cuanto a inventar “días de”. Y, aunque la fecha dedicada a quienes ya nos precedieron en el camino tiene su propia etiqueta universal y la Liturgia les aparta una en el Calendario, lo cierto es que, en la parte cívica, cultural y folclórica no podía faltar un espacio apropiado.
Y aparte de las visitas a los cementerios y criptarios, reviste especial significado la elaboración de los Altares de Muertos, que conjugan no únicamente el ingenio y el arte, sino el memorioso sentimiento de gratitud, de cariño, de nostalgia por quienes ya no están físicamente; pero ahí está su retrato en plena lozanía, como también el recuerdo de sus gustos, puntadas, deseos y afectos.
Es la secular tendencia a enjaular a quienes ya volaron y a encriptar amalgamadas querencias.
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