jueves, 27 de octubre de 2016

La Palabra de Dios, luz para soluciones a la pobreza

Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara

Muy apreciadas hermanas y hermanos:

Cuando leemos la Biblia, podemos seguir la enseñanza de San Jerónimo, que se distinguió por su amor a la Palabra de Dios. Él decía que no sólo hay que escucharla, sino meditarla, saborearla, y después se nos facilitará hacerla vida.
Utilizaba una imagen, en la que señalaba que, acercarnos a la Palabra de Dios es como acercarnos a una almohada que nos descansa, que nos devuelve la energía. Si nosotros escuchamos así la Palabra de Dios, va a descansarnos en el espíritu, en el ánimo, y a devolvernos la energía que necesitamos para nuestra peregrinación hacia al Padre.
Cada vez que leamos la Biblia, acerquémonos a la Palabra con ese ánimo que tenía San Jerónimo, para que también podamos entender y obtener una respuesta ante las situaciones complicadas que vive la Humanidad.
Una de las dificultades del hombre actual para reconocer la existencia de Dios es, precisamente, la existencia del dolor y el sufrimiento humano, de manera muy especial aquél que experimentan los inocentes, por ejemplo los niños. ¿Cómo podemos conocer y creer en un Dios, Padre Misericordioso, si existen tantos inocentes que sufren la guerra, el hambre, la pérdida de sus padres -sus máximos protectores-; que ya no tienen techo, que ya no tienen casa? ¿Dónde está ese Dios Misericordioso, dónde ese Rostro Misericordioso para con nosotros, sus hijos?, se pregunta el hombre actual.
Como lo hizo Job, como lo ha hecho el hombre de todos los tiempos, ¿dónde está la explicación del dolor y del sufrimiento humano? Nosotros, que vivimos después de la plenitud de la Revelación de Dios, en cierta manera ya tenemos una respuesta. Dios se ha solidarizado con el sufrimiento humano. Al que no cometió pecado, Cristo, Dios lo hizo sufrir las consecuencias del pecado. El que pasó por la vida haciendo siempre el Bien, miremos cómo terminó, sufriendo una muerte ignominiosa, injusta, solidarizándose con el sufrimiento de todos los inocentes de este mundo.
El Cristo que sufrió, aparentemente abandonado de la mano de Dios, el Señor lo rescató, lo resucitó, vive para siempre. En último término, por tanto, aun el sufrimiento humano es camino para la vida, puede convertirse en fuente de vida y de salvación.
Veamos nuestra vida, sobre todo en aquellas circunstancias que no podemos explicarnos: las enfermedades, las limitaciones, los problemas que vivimos en nuestra casa. Todo ese Mal tiene una luz en el Misterio de Dios hecho hombre, que quiso compartir nuestras necesidades.
La pobreza, por ejemplo, tiene mucho de misterio, de inexplicable, pero también mucho qué ver con nuestra responsabilidad. Existe; tal vez no vamos a eliminarla, pero sí debemos preguntarnos qué parte nos toca de responsabilidad en la existencia de la pobreza lacerante, ¿cuál es mi responsabilidad de que exista la pobreza?, y ¿cuál es mi responsabilidad para aportar una solución?; pero que sea una solución, que no sea un paliativo, un acallar nuestra conciencia, sino práctica, operativa y eficaz.

Yo los bendigo en el Nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo.

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