En el Tricentenario de su Consagración
Pbro. Tomás de Híjar Ornelas
Cronista Arquidiocesano
La Catedral Metropolitana es, sin competencia en la Capital de Jalisco, el testigo material que mejor da fe del paso de los siglos, a través de las huellas de lo impredecible y de lo deliberado: los movimientos sísmicos en el Valle de Atemajac, causa de reiterados y muy graves daños en su estructura; las intervenciones humanas brutales, sobre todo la guerra, y los cambios de gusto en su decoración.
Del Barroco al Neoclásico
Durante dos minutos, en las primeras horas de la madrugada del 31 de mayo de 1818, el pánico se apoderó de los tapatíos, debido a un violento terremoto. Fue necesario que las luces del nuevo día permitieran evaluar someramente los daños, entre ellos la ruina de la Catedral, en especial de sus torres, que se hizo menester demoler, y las cuarteaduras de sus bóvedas ya con el temporal, cuyos escurrimientos causaron daños grandísimos a los altares de madera tallada y dorada, a las pinturas y esculturas del recinto.
Lo gravísimo de los daños y la imposibilidad material de hacerle frente a las reparaciones retardaron su intervención. Lo primero que se hizo fue sacar del interior la Sede de la Parroquia del Sagrario, que comenzó a edificarse ese mismo año, adosada al Norte del afectado recinto, donde antes estuvo un cementerio.
Lo segundo, en el quinquenio que va de 1828 a 1832, siguiendo las recomendaciones que en 1826 hizo el Arquitecto Francisco Eduardo Tresguerras, de borrar toda huella de la decoración barroca sustituyéndola por la sobriedad y elegancia del clasicismo grecorromano, para lo cual se pasó el Coro de los Canónigos, de la nave central al muro testero, para lo cual se desmanteló el vetusto Altar de los Reyes y se demolió el ábside original para duplicar el ámbito del nuevo Coro y del presbiterio o capilla mayor.
Esa acción afectó muchísimo los órganos construidos por Joseph Nazarre en el Siglo XVIII. También se mandaron tallar casi en su totalidad en Talleres de imaginería queretana, a cargo de tres Artistas de idéntico nombre, Mariano. Ellos fueron los Maestros Perusquía, Arce y Montenegro; Equipo al que luego se sumó Victoriano Acuña, muy celebrado porque echó raíces hasta su muerte en Guadalajara.
Guerras, temblores y la mano del hombre
En 1847, casi coincidiendo con la invasión estadunidense al territorio nacional, otro temblor inutilizó la cúpula poco antes hecha, que hubo de demolerse y, a la par de su reconstrucción, hacer también las torres, que entregaría el Arquitecto Manuel Gómez Ibarra en 1854. Siguiendo las sugerencias de Tresguerras, para hacerlas se usó material compacto pero ligero, adaptándoseles un peculiar remate en forma de pirámide, como garantía de mayor estabilidad. En la década siguiente, la Catedral resentiría la profanación y saqueo de su patrimonio, no menos que cañoneos reiterados.
Entre 1864 y 1867 se colocó el artístico Altar Mayor marmóreo, conocido también como “Ciprés” por la forma alargada de su Manifestador Eucarístico; se construyó el remate o peinetón que une las torres y el atrio que circundó el imafronte de la Catedral y del Sagrario Metropolitano hasta 1914, año en el que fue demolido por orden del Gobernador militar Manuel Macario Diéguez, que lo convirtió en estacionamiento y paso de automóviles. Por entonces, durante un lapso breve, la Catedral se usó como cuartel y caballeriza, y fue de nuevo profanada y saqueada. Entre 1874 y 1877 se construyó la hermosa Capilla de La Purísima, aprovechando el hueco de la Puerta Sur catedralicia, cegado al construirse el Sagrario.
Para 1892, luego de largos meses de obras, se terminó de instalar el órgano monumental en la tribuna que al efecto se construyó encima de la Puerta Mayor. Por ese tiempo, se acondicionaron los bellísimos vitrales ilustrando episodios de la vida de la Virgen María. En 1910 se instaló el reloj que hasta la fecha marca las horas. Entre 1943 y 1951, el Arquitecto Ignacio Díaz Morales ejecutó obras profundas de embellecimiento del inmueble. El 30 de enero de 1979 la visitó el Papa Juan Pablo II.
En 1992, como punto final de una polémica enconada, en una noche del mes de marzo, por instrucciones de la Comisión de Arte Sacro de Guadalajara, encabezada por el Presbítero Rafael Uribe Pérez, se desmanteló el Altar de cuatro caras y las esculturas que lo circundaban, para sustituirlo con el Altar actual, según diseño de Fray Gabriel Chávez de la Mora.
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