José de Jesús Vázquez Hernández
La Iglesia, por tradición y obligación, como le corresponde a su Misión Evangelizadora de todos los tiempos y en todos lugares, ha sido promotora de la Misericordia, entendida ésta como la define incluso la Real Academia Española: “Una virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los sufrimientos y miseria ajenos”, o bien, como “Inclinación a sentir compasión por los que sufren y ofrecerles ayuda”. Una práctica, pues, constante y constatable en personas de Iglesia.
Si bien el sentimiento de la compasión no es exclusivo de las personas relacionadas con la Iglesia, sí está dentro de sus prioridades atender y aceptar a todos. Y, con ese contexto, el Papa Francisco declaró el año 2016 “Año Santo de la Misericordia”, el cual finalizará el 20 de noviembre, con el fin de poner en el centro de esta celebración la Misericordia de Dios, como buen Padre que perdona los pecados, debilidades y deficiencias de sus hijos.
CONSTANCIAS FEHACIENTES
En este marco de la Misericordia, en días pasados se organizó un Coloquio con la finalidad de desempolvar algunas de las obras más emblemáticas fundadas por hombres de Iglesia y, desde luego, con el auxilio de bienhechores bondadosos que las han apoyado y quedaron asentadas en la Historia dentro de un determinado tiempo y espacio.
Dicho Coloquio estuvo enmarcado en las Obras de Misericordia, y ahí se ventilaron temas relacionados con hechos misericordiosos reflejados en el Arte, en Instituciones caritativas, en los Seminarios, en los Conventos, en las Diócesis, en las Parroquias, en Hospitales, en Colegios, etcétera, en donde han intervenido personajes de reconocida solvencia moral de diversas ciudades y países.
Entre los protagonistas recordados en este Coloquio, se aludió a las Obras de Misericordia de los Obispos Francisco Aguiar y Seijas, de la Arquidiócesis Primada de México, en 1682-1698; Ponencia a cargo de Juan Carlos Casas García, quien comentó que el Prelado primeramente había sido designado para el Obispado de Nueva Galicia, pero a última hora, al salir de España, el Rey Carlos II lo designó a Michoacán.
Otro de estos hombres sobresalientes fue el Obispo de Puebla, Francisco Fabián y Fuero (1765-1772), tema expuesto por Sergio Rosas Salas, quien resaltó sus bondades en esta área de la caridad y, como todos ellos, formó parte de un grupo de Obispos reformadores de la Iglesia, del Clero Secular y Regular, de los fieles y, desde luego, de las costumbres, con base en el Concilio de Trento o Tridentino.
No podía faltar el “gran Genio de la Caridad”, como ha sido identificado el Obispo de Yucatán y de Guadalajara 1763-1792, Fray Antonio Alcalde y Barriga, Religioso de la Orden de Predicadores, tópico que explayó el Presbítero Tomás de Híjar Ornelas, Cronista Arquidiocesano, quien recalcó sus grandes méritos, incluso para ser elevado a los Altares, de tal manera que, al invocarlo, el Señor no deje de derramar sus bendiciones sobre la Iglesia local y universal, y su ejemplo sirva de estímulo.
Como es sabido, el Obispo Alcalde costeó la Fundación del Hospital de San Miguel de Belén, hoy Hospital Civil; promovió y tramitó la Fundación de la Universidad de Guadalajara; construyó casas para los obreros; estableció centros educativos y laborales; edificó el Santuario de Guadalupe, etcétera.
Muchos otros temas relacionados con Obras de Misericordia fueron tratados los días 5 y 6 de octubre por investigadores y expertos de diversas Instituciones de México, Puebla, Monterrey y Guadalajara; todo ello en el contexto del Año Santo de la Misericordia, un Año Jubilar en el que, como dice el Papa, se redescubra y se haga más fecunda la Misericordia de Dios.
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