viernes, 30 de septiembre de 2016

Cristo nos enseña a amar con plenitud, sin esperar nada a cambio

Juan López Vergara

El Santo Evangelio que nuestra Madre Iglesia ofrece hoy, reúne una serie de lecciones, que Jesús imparte mientras va de camino a Jerusalén, cuyo tema de fondo son la Fe auténtica, el perdón absoluto y el servicio desinteresado (Lc 17, 5-10).

FE Y PERDÓN VAN DE LA MANO
El pasaje inicia con el ruego de los Apóstoles a Jesús para que aumentara su Fe (véase v. 5). Esta petición se comprende adecuadamente si tenemos en cuenta que el Señor acababa de ordenar a los suyos otorgar siempre su perdón incondicional (compárense los vv. 3-4). Los Apóstoles esperaban recibir de Jesús la fuerza para cumplir lo que pedía. El Señor, entonces, se valió de una imagen para que tomaran conciencia del Poder de la Fe: “Si tuvieran Fe, aunque tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decir a ese árbol frondoso: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’, y los obedecería” (v. 6).
Jesús no se refiere a un acrecentamiento cuantitativo, sino a un cambio radical para que su Fe sea más auténtica. El Señor anuncia la salvación, sus condiciones, y concede la fuerza para cumplirlas. La Fe nos permite participar de la poderosa vida de Dios, capaz de suscitar el perdón en la comunidad. Entre la Fe y el perdón existe, por tanto, una íntima relación.

LOS DONES DE DIOS NUNCA CONSTITUYEN UN DERECHO QUÉ EXIGIR
Jesús expone después una Parábola que nos induce a tomar conciencia de la importancia del servicio en la vida cristiana: “¿Quién de ustedes, si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: ‘Entra en seguida y ponte a comer’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú’? ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo porque éste cumplió con su obligación?” (vv. 7-9). Jesús concluye mostrando la actitud que debemos tener ante Dios: “Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que les mando, digan: ‘No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos qué hacer’” (v. 10).
¿No pretenderá el Evangelista prevenir a su comunidad ante aquella actitud farisaica que creía que con el cumplimiento de la Ley se obligaba a Dios a premiarlos (compárese Lc 18, 9-14)? Jesús dirigió la Parábola a aquellos que habían dejado todo por seguirlo (compárese Lc 5, 11). Sin embargo, ellos únicamente han de decir: “Sólo hemos hecho lo que teníamos qué hacer”.
Así nos enseña que los dones de Dios nunca constituyen un derecho qué exigir.

“MAYOR FELICIDAD HAY EN DAR QUE EN RECIBIR”
Un místico hindú estaba durmiendo y soñaba que la vida era sólo alegría; despertó, y se dio cuenta de que la vida es nada más servicio; comenzó luego a servir, y supo que sólo el servicio es alegría. Aacaso este bello relato no nos hace recordar las palabras del Señor Jesús: “Mayor felicidad hay en dar que en recibir” (Hch 20, 35)?
La palabra del Pastor, de nuestro Pastor, nos invita a fijar los ojos en Cristo, quien “nos enseña a amar con plenitud, sin esperar nada a cambio” (Véase “Amar a Jesús para aprender a amar”, en Semanario 1023, 11/septiembre/2016, Pág. 3).

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