Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara
Queridos hermanos y hermanas:
Para que un Movimiento de Laicos sea evangelizador y renovador, debe ser un Movimiento de Iglesia, en comunión con el Papa, a través del Obispo propio. Comunión con la Iglesia y comunión en la Iglesia. Cada Movimiento debe ser expresión de esta comunión, y testimonio de la misma. Cada Movimiento tiene un carisma especial. Dios los deja surgir en el seno de la Iglesia con un carisma particular.
Los Obispos reconocemos el carisma específico que tiene cada Movimiento, en orden a renovar y estimular la vida cristiana en el mundo de los Laicos. No debe haber nada que distraiga o separe del auténtico carisma con el que nacen los Movimientos de Laicos, y cómo se van manifestando.
En un mundo marcado por el secularismo, se hace más urgente la presencia del Laico como fermento para transformar los antivalores que presenta este planeta. De todos los que formamos la Iglesia, los Seglares son los más indicados para estar y moverse en todos los ámbitos y ambientes de la vida humana. En cada uno de esos radios de acción, la presencia del Laico comprometido y formado hace que el fermento de la Verdad del Evangelio esté ahí, como un germen, como una semilla, que el Espíritu Santo se encargará de hacer germinar y fructificar.
Los Movimientos de Laicos no deben renunciar nunca a esta tarea y característica propia, y menos ahora, cuando al mundo le urge que el Evangelio esté inmerso en todos los ámbitos.
Por lo tanto, no perdamos energías, no perdamos el rumbo, la fuerza. Aboquémonos a vivir intensamente estos carismas para hacer frente al secularismo que quiere echar fuera a Dios de todas las estructuras y ambientes. Quiere que Dios esté al margen.
Sin Dios, sabemos, no tenemos sustento ni futuro ni plenitud. Por eso, se hace urgente que la presencia de Dios, en los valores del Evangelio, esté ahí, en cada lugar donde esté el ser humano.
Más en este tiempo, en que los valores del origen de la Humanidad están puestos, seriamente, en tela de juicio. Así, por ejemplo, ya no es el problema, por desgracia, sólo el divorcio, sino que el más grave está en presentar la eliminación de sexos como forma de vida; es decir, proclamar que ya nadie nace mujer ni hombre; que cada quien es libre de elegir lo que quiera ser, más allá de las características propias de la genitalidad. Es la decisión libre de cada quien, dicen, si va a comportarse como hombre o como mujer.
Hasta allá llega la insidia contra los valores del origen de la Humanidad, en el que Dios creó hombre y mujer. Es una cultura contra el Creador. Dios hizo su obra, y el hombre se rebela.
Estando así las cosas, ¿no se hace urgente la presencia del Laico para sembrar la semilla de los valores del principio, como los quiso Dios? Callar sería un grave error por un falso respeto o humildad, y dejar que se vengan abajo los valores del principio, de la Creación.
Ésta es la vocación del laico, sembrar los valores, porque los Laicos son la luz del mundo y la sal de la Tierra.
Yo los bendigo en el Nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo.
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