jueves, 8 de septiembre de 2016

Refranes Mexicanos

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Texto y Foto: Luis Sandoval Godoy
Formuló: José Sánchez Orozco

60- Esto es saber: a su tiempo soplar y a su tiempo sorber
Muy sugerente la imagen que se propone en esta vez.
Acabaron de darnos por ahí un jarrito de atole, panzón y de un vidriado y decoración muy a lo nuestro. Lo cogimos por la oreja, la clásica, la indispensable oreja de todos los jarros.
Pero está muy caliente el atole; una ondulante columna de aromoso vapor se levanta de él.
Es atole con sabor de fresa, de canela, de vainilla, de guayaba, o hasta de aquellos atoles de antes, llamados “de cascarilla”.
Imposible gustar aquello; hay que sopear y torear y besar apenas los bordes del jarro. Así por un momento, hasta que pudimos beberlo en tragos largos de golosa fruición.
Qué hemos de entender en esto, sino aquello que nos dice el sentido común: Todas las cosas tienen su tiempo; tempus est ridendi et tempus flendi, según lo recuerda el Eclesiástico (“Hay tiempos de reír y tiempos de llorar”).

61- Calenturas otoñales, o muy luengas o mortales
Podía uno desentenderse de la fiebre común, el resfriado o el húmedo y llorón catarro ordinario. Podría dejar de lado los alifafes que sufre la salud en los vientos del Otoño.
Aquello allá, y pensar, en la insinuación poética de una calentura otoñal.
El sol radiante, plenitud rendida, como un membrillo amarillo plantado en la mitad del cielo. Pensar en los ardores del Otoño; las mañanas frescas con sus velos de niebla, y luego el mediodía como una hornaza al fuego vivo.
El refrán no se anda con pamplinas; dice: hay males y dolencias en estos días. También dice que esos cambios bruscos, de la mañana al mediodía, o del mediodía a la noche, destiemplan las vías respiratorias. Que nos andemos con cuidado, que guardemos las precauciones debidas, porque si no lo hacemos…
¡Guay!, del valiente que se ríe del catarrillo aquel, de la temperatura, unos cuantos grados en el termómetro…No será tan sencillo el caso; esto puede ser luengo, luengo en esa hermosísima palabra antigua. Luego puede venir un desenlace trágico, mortal.

62- Si buena me la dices, buena te la turno
Así andamos en el camino; nos decimos y nos respondemos. Tú conmigo y yo contigo: uno pregunta y el otro contesta. Todo eso en santa paz, en armonía seráfica, si es que uno puede imaginar a los Serafines celestiales en amistosa guáguara.
La observación del refrán no deja de tener su importancia. Quiere que ese diálogo tenga la transparencia, el avenimiento sincero y limpio de las gentes de bien. Quiere que entendamos cómo, a palabras duras, hirientes u ofensivas, no puede esperarse que el otro responda aventando pétalos de rosas.
Al son que me toques, bailo, dice otro refrán muy mexicano y muy elocuente. Ya lo sabemos: hay que llevar palabras buenas y las recibiremos mejores.
Hay que emplear la cortesía, la decencia, la sinceridad en nuestro trato con los demás… y tendremos eso mismo que estamos dando. Si esto se hiciera a nivel Sociedad, a nivel de naciones, no habría guerras en el mundo.

63- Más se saca lamiendo que mordiendo
Un consejo para quienes se pasan la vida gruñendo. Aquí reclaman, allá gritan, más allá tratan de echar el caballo encima.
Dicen éstos que nadie puede negarles nada; que lo que ellos dicen, eso tiene qué hacerse.
Así van por su camino, provocando encono, creando conflictos.
Los pobres se sienten tan disminuidos, andan tan acomplejados por su pequeñez, que necesitan alzar la voz porque no pueden alzar su estatura.
Dícese esto, obviamente, de la estatura moral del hombre, no sólo de la estatura física, que tanto mortifica a algunos. Para luego decir que el individuo seguro de sí mismo no necesita andar gritando ni extremando actitudes.
Acá, a media voz, con buenas maneras, con cortesía y educación, puede tenerlo todo; puede llegar a donde quiera. Esto es lo que el refrán llama “lamer”, pero en el buen sentido, lejos de lo que es servilismo y adulación.

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