jueves, 8 de septiembre de 2016

Dios es Padre; pero, sobre todo, es Madre

Juan López Vergara

Nuestra Madre Iglesia coloca sobre la Mesa de la Eucaristía, por segunda ocasión en el año litúrgico, la ‘Parábola del Buen Padre’ -la primera, correspondió, al Cuarto Domingo de Cuaresma-, si bien, ahora, nos ofrece completo el Capítulo 15 del Evangelio según San Lucas que, en realidad, contiene tres Parábolas.

La alegría de encontrar lo perdido
El marco literario es importante para una adecuada comprensión: muestra a dos grupos diferentes que se acercan a Jesús, unos para escucharlo (véase v. 1); otros, en cambio, murmuraban: “Éste recibe a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo entonces esta Parábola” (vv. 2-3). Las Parábolas solían ser el medio respetuoso por el que el Señor se defendía del ataque de sus adversarios. Nótese que el Evangelista menciona ‘una’ Parábola, en singular, cuando en realidad son tres: ‘La oveja perdida’ (vv. 4-7), ‘La dracma perdida’ (vv. 8-10), y, ‘El Buen Padre’ (vv. 11-32).
Es poco probable que Jesús hubiera pronunciado tres Parábolas en forma conjunta. Su estado actual, más bien, se debe al arte literario del Evangelista. Algunos exégetas consideran que el autor del Tercer Evangelio posiblemente entendió el término en forma colectiva; es decir, como una especie de discurso parabólico, pues varias características lo identifican como una compacta unidad literaria: a) la secuencia que marca una intensidad dramática, que observa un incremento de mayor a menor en cantidad, y a la inversa, con referencia a la calidad, pues menciona cien ovejas (véase v. 4), diez monedas (véase v. 8) y dos hijos (véase v. 11); y, b) La sentencia común: “Se había perdido y ha sido hallado” (véanse vv. 6. 9. 24. 32), la cual anuda las correspondencias a nivel literario y temático de las tres Parábolas, ofreciendo la clave interpretativa de todo el Capítulo.

En Jesús todo habla de Misericordia
Las Parábolas deben ser asumidas como una invitación a cambiar nuestro enfoque para ver a Dios y al mundo de forma diferente, el cual nos permitirá experimentar que en el corazón de este nuevo orden hay una radical insistencia en la compasión divina. Ésta se manifiesta en la inmensa alegría por haber encontrado lo perdido. Recordemos que cuando “los fariseos y sus escribas murmuraban diciendo a los discípulos: ‘¿Cómo es que comen y beben con los publicanos y pecadores?’, les respondió Jesús: ‘No necesitan médico los que están sanos, sino los que están mal. No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores’” (Lc 5, 30-31). “Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores -enseña el Santo Padre-, hacia las personas pobres, excluidas y sufrientes, llevan consigo el distintivo de la Misericordia. En Él todo habla de Misericordia. Nada en Él es falto de compasión”(MV 8).

Las figuras capitales
En este magistral Capítulo lucano, las figuras capitales son: el ‘pastor’, el ‘ama de casa’, y el ‘buen padre’. Cada una de estas figuras refleja la imagen de Dios, quien se muestra dichoso por haber encontrado lo que estaba perdido. Pero el centro de las Parábolas lo ocupa justamente la imagen que alude a una mujer: una sencilla ‘ama de casa’, por cuyo motivo evocamos aquella bella declaración del Santo Padre Juan Pablo I: “Dios es Padre; pero, sobre todo, es Madre”.

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