jueves, 3 de septiembre de 2015

Una vulgar usurpación

El traslape de valores

Ancianos voluntarios en los JP

Pbro. José Horacio Toscano González
Pastoral Familiar

En cualquier campo de la vida personal, familiar, social y política, la Moral, que se basa en la verdad, y que, a través de ella, se abre a la auténtica libertad, ofrece un servicio original, insustituible y de enorme valor, no sólo para cada persona y para su crecimiento en el Bien, sino también para la Sociedad y su auténtico desarrollo.
Ante las graves formas de injusticia social y económica, así como de corrupción política, y de la pervertida legislación que padecen pueblos y naciones enteras, aumenta la indignada reacción de muchísimas personas oprimidas y humilladas en sus derechos humanos fundamentales, y se difunde y agudiza cada vez más la necesidad de una radical renovación personal, social y política, capaz de asegurar justicia, solidaridad, honestidad y transparencia.
La raíz de este totalitarismo moderno hay que verla, por tanto, en la negación de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie puede violar: ni el individuo ni el grupo ni la clase social ni la Nación ni el Estado.
En efecto, si no existe una verdad última que guíe y oriente la acción ejecutiva, legislativa y judicial, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de Poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo, visible o encubierto, tal como demuestra la Historia.

PERVERSA LEGISLACIÓN
Cuando se experimenta el abandono de la verdad y se estrecha el horizonte de los valores por una visión hedonista, materialista o corrupta, se impide descubrir y proteger la dignidad del hombre, se afecta seriamente la calidad, la profundidad y la eficacia de toda norma social. Y esta perversión no nada más está en el interior del hombre, sino también en los estímulos que éste encuentra para sus deseos, y en los influjos engañosos de la información, de los ambientes y de las estructuras.
La defensa de leyes perversas que supuestamente “avalan los Derechos Humanos”, absorbe las apetencias materiales de aquellos que deberían garantizar el correcto y transparente esfuerzo por el bien común. Es la corrupción, y no la verdad, la que les proporciona aquellas “razones justificadas” que legitiman unas aspiraciones egoístas, al tiempo que obstaculizan y ahogan el desarrollo de las auténticas directrices del ser humano.
Estos hombres frustrados, en lo íntimo de su ser, no sabrán garantizar auténticas leyes que respeten la dignidad humana, porque están entrampados en situaciones falseadas que les impiden orientar su reflexión por caminos de un legítimo progreso social que sea una invitación a la fidelidad, a la verdadera escala de valores que sitúan al hombre por encima de la materia, del placer, del sinsentido; valores que lo conducen a la búsqueda afanosa de la Verdad y del Bien.

RESPONSABILIDAD Y MISIÓN
El fenómeno de la corrupción está ampliamente extendido entre las estructuras de la Sociedad. Hoy parece perfilarse un modelo de Sociedad en la que dominan los poderosos, marginando e incluso eliminando a los débiles: niños no nacidos, víctimas indefensas del aborto; a los ancianos y enfermos incurables, objeto a veces de la eutanasia; y tantas otras personas marginadas por el consumismo y el materialismo; el abandono de incontables adolescentes y jóvenes que son víctimas de juicios y estructuras erróneas que, abanderando supuestas libertades, hacen en ellos perder el sentido de la vida y la dignidad de su propia identidad.
Aquí se abre un amplio campo donde puede contribuirse eficazmente a erradicar este mal de la Sociedad Civil; la presencia de hombres y mujeres cualificados que, por su formación familiar, escolar, moral y ética, promuevan la práctica de valores como la verdad, la honradez, la laboriosidad y el servicio del bien común, iluminando a todos los hombres de buena voluntad, deseosos de poner fin a los males derivados de la corrupción, subrayando con vigor el incondicional trato, protección y total entrega en favor de la vida humana. Necesario es promover buenos Proyectos de Ley, y así se impidan aquellos otros que amenazan a la familia y la vida, dos realidades inseparables.

PRESENCIA EN LA EFICACIA DE LA JUSTICIA
Cada bautizado debe hacer, hoy, un Alto a la indiferencia, a las opiniones que aseguran que lo inmoral, lo camuflado, lo corrompido, es algo normal. Es un deber, de genuino desarrollo social, comprometerse para que los valores de la vida y de la familia sean reconocidos y defendidos en el ámbito social y en la propia legislación.
Los atentados contra la vida, la familia y la dignidad humana, que diariamente se cometen en nuestro país y de manera arbitraria por las instituciones que deberían defender, mantener, proteger el orden social desde la verdad y no desde opiniones parciales, dejarán de presentarse cuando en los ámbitos políticos, comunicacionales y educativos se levanten voces e iniciativas no sólo de líderes católicos, sino de familias fuertemente comprometidas, coherentes en sus convicciones éticas y religiosas, conscientes de su responsabilidad y su misión de llevar la luz de la Verdad a la vida pública, cultural, económica y política. Voces que proclamen los grandes criterios y los valores inderogables, que llamen a las conciencias y ofrezcan una opción de vida que va más allá de la esfera política; voces que llamen a las conciencias y proclamen la dignidad humana.

LA JUSTICIA Y LA VERDAD SON POSIBLES
Ciertamente, es largo y fatigoso el camino que hay que recorrer; muchos y grandes son los esfuerzos por realizar para lograr una real renovación, incluso por las causas múltiples y graves que generan y favorecen las situaciones de injusticia en nuestra Sociedad. Únicamente sobre la verdad es posible construir una Sociedad renovada y resolver los problemas complejos y graves que la afectan, ante todo el de vencer las formas diversas de egoísmo para abrir el camino a la total libertad de la persona.
Si no existe una verdad trascendente, con cuya obediencia el hombre conquista su plena identidad, tampoco existe ningún principio seguro que garantice relaciones justas entre los hombres: los intereses de clase, grupo o nación, los contraponen inevitablemente unos a otros. Si no se reconoce la verdad trascendente, triunfa la fuerza del poder, y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para imponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar los derechos fundamentales de los demás. Ningún hombre puede eludir las preguntas fundamentales: ¿Qué debo hacer?; ¿cómo puedo discernir el Bien del Mal? La respuesta es posible únicamente gracias al esplendor de la verdad que brilla en lo más íntimo del espíritu humano.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario