jueves, 24 de septiembre de 2015

El amor de Cristo no tiene medida ni reproche

Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara

Hermanas, hermanos:

Confesión de fe innegable es que la Persona divina de Nuestro Señor Jesucristo es la que se ofrenda, en sacrificio de amor, todos los días en la Santa Misa. Esta verdad la tiene presente el autor de la Carta a los Hebreos: “En cambio, Cristo (…) penetró en el santuario una vez para siempre, no presentando sangre de machos cabríos ni de novillos, sino su propia sangre” (Hb 9, 11-12).
San Pedro así lo expresa en su primera Carta: “Y sabed que no habéis sido rescatados (…) con algo caduco, con oro o plata, sino con la Sangre preciosa de Cristo, cordero sin tacha y sin mancilla” (1Pe 1, 18-19).
La Eucaristía es la ofrenda en Persona del mismísimo Hijo de Dios, Cristo, Señor nuestro. Y su ofrenda es perfecta ofrenda de amor. “En el Sacramento Eucarístico –dice el Papa Benedicto–, Jesús amándonos “hasta el extremo”, hasta el don de su Cuerpo y de su Sangre” (Sacramentum Caritatis, 1).
No es posible que fuera de otra manera; el amor, si es digno de llevar ese nombre, ha de ser amor hasta el extremo. Y el amor del Señor Jesús, que es amor divino, con mayor razón es un amor indefectiblemente “hasta el extremo”.
El Señor Jesús nos ama sin medida, sin condición, sin reproche, sin mérito nuestro. Se ha entregado en sacrificio sólo por amor: “Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida (…). Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla” (Jn 10, 17-18).
Así, el Señor Jesús, en la ofrenda concreta de su vida, nos precede y nos indica el camino: el amor auténtico exige el sacrificio y es capaz de la ofrenda total a favor de la persona amada; el amor auténtico no le teme a la prueba ni a la tribulación. “El amor todo lo cree, todo lo espera, todo lo supera” (1Co 13, 7).
Mientras no se llega a la prueba de fuego del “dolor” por el ser querido, el amor aún es incierto. Pero si ese amor es capaz de soportar –y triunfar sobre– penas y sinsabores, de compartir la enfermedad, la tristeza, la angustia o el miedo, de encarar incluso la traición y la infidelidad, entonces sí que puede ser considerado un “amor hasta el extremo”. Hasta el punto de dar la vida por quien se ama (Cf. Jn 15, 13).
De este modo, en el seguimiento del ejemplo oferente de Cristo, se nos indica –con radicalidad evangélica– a cada uno como persona y a todos como familia, un camino de vida nueva. El amor del Señor Jesús es amor de gratuidad, amor de perdón, de reconciliación y de paz, amor de misericordia y de oblación plena.
Esta plenitud de amor constituye hoy, en el contexto celebrativo del VI Congreso Eucarístico Nacional, una verdadera fuente de “alegría y vida para la Familia y el mundo”. Cada persona, cada Familia, el mundo entero, está llamado a comprender la altura y profundidad de semejante amor (Cf. Ef 3, 18), y a vivir conforme el modelo de este amor divino, oblativo, cuyo referente único es Cristo, el Señor (Cf. Jn 13, 34).

Yo les bendigo en el nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo.

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