jueves, 10 de septiembre de 2015

Con tecnología, pero sordos para Dios y el prójimo

Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara

Hermanas, hermanos:

Es frecuente encontrar, en las Sagradas Escrituras, la mención de la enfermedad de la sordera y de la dificultad para hablar. No es una casualidad porque, para las Sagradas Escrituras, la falta de Fe es como una verdadera sordera y como una dificultad para confesar y testimoniar la Fe.
El que no tiene Fe en Dios es como el que está sordo, no escucha, no es capaz de entablar una relación con Él, no tiene el menor interés de testimoniar, de dar a conocer la Fe de Jesucristo.
Todos estamos llamados a la Fe e invitados a abrir nuestros oídos y nuestro corazón a la palabra amorosa y salvadora de Dios; a hacer una confesión entusiasta, alegre, de nuestra Fe en Jesucristo.
Las primeras comunidades cristianas tomaron el milagro de la curación de la persona sorda, para incorporarlo al rito del Bautismo. El elemento de curar la sordera y desatar la lengua, superar la mudez, se conserva en el rito bautismal. Es de los ritos complementarios del Sacramento del Bautismo. Después de bautizar al bebé, el Sacerdote toca sus oídos, toca su boca, y le dice: “El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda a su tiempo escuchar la Palabra y profesarla, para Gloria de Dios”.
Tal vez los papás y los padrinos no se percatan de la trascendencia de este signo, que quiere decir que Jesucristo, al incorporar al bebé a su vida, también lo ha hecho hijo de Dios. El recién bautizado debe comenzar un proceso de apertura, de escucha a la Palabra de Dios.
¿A quién toca darle a los niños esta formación? A los papás y a los padrinos, en primer lugar, para que el niño vaya abriendo su oído y su entendimiento al Mensaje salvador de Dios; ayudar al pequeño para que vaya formulando y expresando la alegría de saberse hijo de Dios, discípulo de Jesucristo y hermano de todos en la Iglesia.
Es triste que, no obstante que se ha alcanzado un alto grado de comunicación por la tecnología, se presente la incapacidad de escuchar a Dios. Esto es una auténtica sordera.
Además, no oímos la injusticia, la pobreza, la enfermedad de tantos hermanos, aun teniéndolos bajo el mismo techo, con nosotros, y no alcanzamos a escuchar lo que nos dice Dios con ellos, a través del sufrimiento del abuelo, del enfermo, del que no tiene trabajo en el seno de la familia y está desesperado.
¿Qué nos dice Dios ante el acontecimiento de tantos hermanos itinerantes, familias enteras desplazadas de Siria y de tantos países que están en guerras injustas e inhumanas? ¿Somos capaces de oír el clamor, el lamento de esta gente que tiene que dejar su casa, y lanzarse al mar con el riesgo de ahogarse?
Tenemos que escuchar qué nos dice Dios en su Palabra, qué nos dice en los acontecimientos que estamos viviendo. Tenemos que articular una palabra que se haga gesto, que se haga acción de respuesta a los demás. Si no es así en nuestra vida personal o como Iglesia, estamos verdaderamente sordos y mudos, y el Señor Jesús quiere curarnos e integrarnos a su diálogo, como verdaderos hermanos.

Yo los bendigo en el nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo

“El Obispo debe ser considerado como el gran
Sacerdote de su grey, de quien deriva y depende,
en cierto modo, la vida en Cristo de sus fieles”.

(Sacrosanctum Concilium, Núm. 41)

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