martes, 1 de septiembre de 2015

Transformar el corazón del hombre desde su libertad

Juan López Vergara

Nuestra Madre Iglesia presenta hoy un pasaje del Santo Evangelio, donde Jesús fustiga cualquier postura de índole farisaica como expresión de una lógica religiosa que se reduce a la letra, en menoscabo del espíritu (Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23).

La tradición oral
Se acercaron los fariseos, junto con unos escribas venidos de Jerusalén, quienes al ver que algunos de los discípulos de Jesús comían sin haber realizado las abluciones rituales (véanse vv. 1-2), le preguntaron: “¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de nuestros mayores?” (v. 5). En los versos 3 y 4, el Evangelista San Marcos explica a sus lectores, procedentes del mundo pagano, las observaciones tradicionales que acostumbraban hacer los judíos, como lavarse las manos hasta el codo y la purificación de copas, jarros y bandejas. Los escribas eran los teólogos y los intérpretes de la Ley. La pregunta alude a la validez de la tradición oral.

Sabio diagnóstico de Jesús
Jesús les contestó: “¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de Mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos! Ustedes dejan a un lado el Mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres” (vv. 6-8). Jesús les aplicó directamente las palabras del Profeta Isaías (compárese Is 29, 13). Aquella ley oral, con sus pesadas normas sobre las purificaciones rituales, contradecía y anulaba la intención divina. ¡Cuánta preocupación por la pureza legal, la literalidad de la Ley, en detrimento de la actitud del corazón!
Jesús, con intuición profética, comprendió que la impureza religiosa es por esencia moral y espiritual. El Señor hizo un certero diagnóstico: su corazón está lejos de Dios.

Jesús descubre la fuente
Jesús, enseguida, exhortó al pueblo: “Escúchenme todos y entiéndanme. Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro; porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y manchan al hombre” (vv. 14-15. 21-23).
Jesús descubre la fuente tanto de lo bueno como de lo malo que hay en la persona: su corazón. Es en el interior donde se decide la vida; allí se gestan las decisiones para el Bien y para el Mal, “porque de lo que rebosa el corazón, habla la boca” (Mt 12, 34).
Es un llamado al corazón, a la conversión de las actitudes, que no ocurre de una vez por siempre, sino que implica un proceso continuo. La propuesta de Jesús es revolucionaria, anhela transformar nuestros corazones desde la libertad, para que algún día se diga de cada uno de nosotros, al igual que de Jesús, Nuestro Señor y Maestro: “Pasó haciendo el Bien” (Hch 10, 38).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario