jueves, 17 de septiembre de 2015

Un legado de identidad

¿Quién fue Dionisio Rodríguez?

DIONISIO RODRIGUEZ AYER-calle

Luis de la Torre Ruiz
México, DF

Cuando viví en Guadalajara, allá por los años cincuenta, muchas veces llegué a pasar por la calle Dionisio Rodríguez, pero jamás me dio curiosidad alguna por saber nada de esa persona, ni a qué se debía su nomenclatura. Me confieso ignorante, puesto que muchos tapatíos deben saber de sobra quién fue don Dionisio Rodríguez, reconocido oficialmente como un gran benefactor.
Me pregunto qué pasaría si uno tuviera el cuidado de interesarse por conocer la identidad de algunas docenas de calles con nombres que llegamos a repetir muchas veces, sin tener la menor idea de quién se trata; seguramente tendríamos una serie de biografías para enriquecer nuestro conocimiento de la historia regional.

Una referencia
Leyendo el Boletín Eclesiástico, me encontré con un extenso escrito sobre ese personaje extraordinario que me llenó de regocijo al saber algo de él. Se trata de un hombre, en todo el sentido de la palabra, que nos muestra la enorme calidad humana que privaba en los católicos del siglo XIX, en todos aquellos de acendradas convicciones que soportaron el triunfalismo de una Constitución atea, y que supieron actuar cristianamente en medio de un clima de hostilidad hacia la Iglesia católica. Mis respetos.
Don Dionisio Rodríguez Corona nació en Guadalajara, el año del Grito en Dolores, y murió en 1877, sin haberse casado en toda su vida, una vida que supo entregar a los demás de manera realmente generosa. Pasó del Seminario a estudiar Derecho, recibiéndose de abogado en 1835, cuando se debatían las pasiones políticas de la naciente República Mexicana, por darle un sentido ideológico a la Independencia.
Se trataba de llegar a redactar una Constitución que desconociera a la Iglesia Católica, ya que, tanto en el Manifiesto a la Nación, de Miguel Hidalgo, como Morelos, en la Constitución de Apatzingán, y en la regencia de Iturbide, se declaraba que la Religión Católica sería la única. Todavía en el Congreso de 1822 y en el Acta Constitutiva de 1824, quedaban vigentes las tres garantías: Religión, Independencia y Unión. Un lento, pero demoledor proceso de irreligiosidad culminaría en la Constitución de 1857, en la que ya se omite decir cuál es la Religión del pueblo, y se ataca ferozmente a la Iglesia con los Artículos 3º, 24 y 123.

dionisio

Recuerdos que perduran
En ese contexto histórico es en el que va a actuar don Dionisio Rodríguez, un católico inteligente y lúcido. Es un Juan Bosco laico que ama la niñez y la juventud de las clases más desamparadas, y se preocupa por su educación. Al morir su padre, en 1845, heredó la imprenta que preservó hasta su muerte, distinguiendo su quehacer de impresor con la publicación del Calendario Rodríguez, una primera forma de periodismo cultural que, en poco tiempo, alcanzó una popularidad extraordinaria.
En la Ciudad de México, antes de la Constitución del 57, Lucas Alamán, un intelectual celoso del progreso económico y social del país, procuró, en la medida de sus fuerzas, la educación del pueblo, instituyendo una Escuela de Agricultura y Artes en la mencionada Ciudad, siguiendo el modelo francés, con el propósito de sacar al País del rezago económico y educativo en que se encontraba.
Al mismo tiempo, el gobernador de Jalisco, Mariano Paredes, decretaba la fundación de una Escuela de Artes Mecánicas. Ambos proyectos, el de Alamán y el de Paredes, indudablemente que tenían en mente mejorar, desde sus bases, la educación del pueblo. Todo muy bien. Pero al poco tiempo, tan bellas intenciones no prosperaban. Se estancaban en una burocracia de lo más indiferente sobre la materia que estaban manejando: la formación de ciudadanos preparados para ser servidores de la sociedad. Les faltaba el apóstol.

En la historia del país
El gobierno de Juárez es reconocido por los Estados Unidos. La Guadalajara conservadora, a partir del sitio y toma de la plaza por las fuerzas liberales de Ogazón, en 1860, seguida de la guerra de Reforma y aún en el segundo Imperio, se vuelve un sitio dificilísimo para una acción social de la Iglesia. Los Obispos habían sido expulsados del País. Ninguna institución confesional tendrá libre ejercicio. Sólo lo tendría la caridad ejercida con fe e inteligencia, y ello correspondió a la decidida actuación de don Dionisio Rodríguez, quien obtuvo la dirección de la Escuela de Artes Mecánicas que luego convirtió en Escuela de Artes y Oficios, donde se aprendía carpintería y herrería; primeras letras, y contaba con una academia de dibujo.
Así, con un instrumento semioficial, en 1864, aparte de dirigir la Escuela de Artes y Oficios, don Dionisio fundó la Junta de Caridad, de la cual fue su presidente vitalicio, burlando inteligentemente la furia liberal contra las instituciones religiosas. Y sigue sin detenerse, fundando en 1869 una Sociedad Católica encargada, primero, de escuelas de instrucción primaria, seguida de adultos.
Las experiencias de un viaje a Europa y los Estados Unidos enriquecieron su sentido social, y al regresar a Guadalajara, pidió a las Hermanas de la Caridad que atendieran el Hospital de Belén; se preocupó por la economía de los que apenas tienen, incentivando las cajas de ahorro. Redactó reglamentos para mejorar las condiciones materiales y morales de la penitenciaría.
Una personalidad singular
¿Cuál era el carisma de este personaje para desplegar tal actividad social, con un indiscutible sello católico, ante la complacencia de los gobiernos liberales, así como de intelectuales y ejecutivos, como el filántropo José Palomar y Rueda, el educador Manuel López Cotilla y Francisco Martínez Negrete, fundador de la fábrica textil La Experiencia? No encontramos un mayor valor moral que su acendrado catolicismo.
A su muerte, acaecida el 30 de abril de 1977 (cinco días antes de la elección de Porfirio Díaz como presidente de la República), el duelo ensombreció la Ciudad de Guadalajara y más de una lágrima debió rodar por las mejillas de los más desamparados.
A esas generaciones de tan gran sentido social, siguieron fielmente en línea los Cristóbal Magallanes, los Miguel Palomar y Vizcarra, los Anacletos, los Orozco y Jiménez… es decir, los herederos de una enorme tradición heroicamente católica, que sólo se da en el centro del Occidente de México, esa tierra prodigiosa llamada la Nueva Galicia, la misma que, antes de ser una Provincia Eclesiástica, contaba con tres centros marianos de populísima devoción: San Juan de los Lagos, Zapopan y Talpa.
Luego, pues, en esta casa de los Bernardo de Balbuena, los fray Margil de Jesús, de Antonio Alcalde y Juan Cruz Ruiz Cabañas, hay un legado de identidad en la fe de Cristo que alienta a la esperanza, que nos impulsa a seguir, y se prolonga hasta nuestros días estimulados por el recuerdo ejemplar de laicos, como don Dionisio Rodríguez.

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