jueves, 3 de septiembre de 2015

Nuestra vida tiene que ser la de Cristo

Juan López Vergara

El pasaje del Santo Evangelio que nuestra Madre Iglesia celebra hoy, trata de la curación de un sordo y tartamudo, al que Jesús, con muestras de inmensa compasión, restableció de su incapacidad para comunicarse (Mc 7, 31-37).

La sordera y la tartamudez, símbolo de incapacidad
El lugar donde aconteció el milagro pretende llamar la atención de los lectores sobre la importancia que este episodio tiene para ellos mismos: la acción salvífica de Jesús mira al mundo pagano (véase v. 31). La gente le presentó a un sordo que, por la misma dureza del oído, sólo podía hablar con dificultad, “y le suplicaban que le impusiera las manos” (v. 32).
No oía y se expresaba con sonidos guturales, cuyo sentido era imposible de entender. Jesús lo separó de la turba, y con expresivos signos le mostró lo que quería hacer: introdujo los dedos en sus oídos para reabrir los canales de la comunicación, y le ungió la lengua con saliva para comunicarle su fluidez (véase v. 33). La sordera y la tartamudez son símbolo de la incapacidad del hombre que, encerrado en sí mismo, está como muerto en vida. Es una imagen desgarradora de la impotencia humana, pero la aceptación del simbolismo del relato no compromete su valor histórico.

‘¡Effetá!’ que quiere decir ‘¡Ábrete!’
Luego, en un acto de profunda oración, Jesús, “mirando al cielo, suspiró y le dijo: ‘¡Effetá!’ (que quiere decir ‘¡Ábrete!’)” (v. 34). Es otro ejemplo del realismo con el que el Evangelista San Marcos describe las emociones más intensas del Señor (compárese Mc 6, 41). Jesús estaba conmovido, como lo revela el suspiro. Las curaciones de Jesús están cargadas de significado, son expresión de su Amor por quienes sufren. Ante la necesidad del enfermo, la Caridad del Señor no se hizo esperar. La palabra aramea conservada, y la cual el Evangelista tradujo para sus lectores, no se dirige a los órganos enfermos, sino al propio paciente: ‘¡Ábrete!’.

“¡Qué bien lo hace todo!”
San Marcos relata los efectos de la curación: “Al momento, se le abrieron los oídos, se le soltó la lengua y empezó a hablar sin dificultad” (v. 35). Jesús les ordenó que guardaran silencio, pero no le obedecieron (véase v. 36). La barrera de la comunicación había caído.
El pasaje termina con el asombro de todos. Ellos pronunciaron unas palabras evocadoras de un texto profético: “Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán, saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo” (Is 35, 5-6). ¿Acaso Marcos elaboró este final con objetivos catequéticos? Para la comunidad cristiana, este vaticinio se cumple en el ministerio de Jesús: Dios envía a su pueblo la Salvación prometida.
Jesús, al realizar este milagro, vivió un momento de gran tensión espiritual. Pensó en la Humanidad, incapaz de expresarse; en cada uno de nosotros, que sentimos la necesidad de comunicarnos.
Jesús, el Señor, realmente, “¡qué bien lo hace todo!” (v. 37). Por eso, “si hemos asimilado a Jesucristo en nuestra vida, y si Jesucristo nos ha asimilado en Él, nuestra vida tiene que ser la de Cristo” (Cardenal José Francisco Robles, “La Palabra del Pastor”, en Semanario, 23/VIII/2015, Pág. 3).

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