jueves, 17 de septiembre de 2015

La Eucaristía es ofrenda de amor para todos

Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara

Hermanas, hermanos:

Con motivo del VI Congreso Eucarístico Nacional, fuimos congregados alrededor de la mesa de la Eucaristía como verdadera Familia de Dios, conscientes de que es, precisamente, del banquete Eucarístico, del Pan y la Palabra, de donde mana, como agua siempre viva y saludable, la fuente perenne de la gracia de Cristo, cuya “ofrenda de amor” se yergue como auténtica “alegría y vida de la familia y del mundo”.
Convocados, pues, por la voz del Padre celestial e impulsados por la fuerza del Espíritu Santo, estuvimos a los pies del altar de Cristo para invocar su Santo Nombre y elevar, agradecidos, el cáliz de la salvación (Cf. Sal 115).
Como ambientación previa, durante varias semanas, y en comunión y participación de las Iglesias locales de nuestra Patria, se llevó a cabo un detallado programa de preparación pastoral para cada diócesis, con implicación de las tareas pastorales fundamentales y de las pastorales especiales, así como de los diversos grupos, movimientos y comunidades eclesiales.
Por otra parte, se acompañó esta preparación mediante reflexiones teológicas y pastorales, con el fin de “considerar, unánimemente, con mayor profundidad un determinado aspecto del Misterio Eucarístico” (Ritual de la Sagrada Comunión y Culto a la Eucaristía, n. 109) que, sin duda, tiene su culmen en la propia Celebración litúrgica de la Pascua del Señor y en la Adoración del Santísimo Sacramento, cuya pública veneración hace presente y fortalece los vínculos de caridad y de unidad (Cf. Ib., 109), no sólo al interno de la Iglesia, sino también como verdadero fermento de caridad y de unidad del mundo entero.
El Congreso Eucarístico Nacional se desarrolló bajo el tema: “Eucaristía, ofrenda de amor: alegría y vida de la familia y del mundo”. Un tema fuertemente evocado y provocante. Se pondera, con este tema, uno de los aspectos fundamentales de la Eucaristía. Sin duda, hemos de considerar la Eucaristía esencialmente como “ofrenda de amor”.
A este respecto, en la exhortación Postsinodal Sacramentum caritatis, el Papa Emérito Benedicto XVI nos recuerda que el misterio Eucarístico “es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre” (n. 1).
De hecho, San Pablo, con toda parresia, declara: “Cristo Jesús vino a este mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1 Tm 1,15). Esta salvación ha sido posible gracias a la ofrenda que el Señor Jesús ha hecho de sí mismo, a la oblación de su propia Vida, de su Cuerpo y de su Sangre.
La ofrenda, por lo tanto, que se presenta en el altar del Señor y ante su trono glorioso, ya no es, como lo exigía la primera Alianza, la de un “cordero macho, sin defecto, de un año” (cf. Ex 12,5). Ahora se trata de la ofrenda de la sagrada humanidad del Hijo de Dios.

Yo les bendigo en el nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo.

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