jueves, 17 de septiembre de 2015

Nunca se aprende bastante de la humildad

Juan López Vergara

El pasaje del santo Evangelio que nuestra madre Iglesia presenta hoy, prolonga el anuncio de la Pasión de Jesús en una amonestación contra el lacerante y mortífero ‘pecado de la comparación’ (Mc 9, 30-37).

No hay Cristianismo sin cruz
Nos encontramos ante el segundo anuncio de la Pasión en Marcos, cuando Jesús dijo a sus discípulos: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará” (v. 31). Mientras que el primer anuncio habla del rechazo por parte de los jefes religiosos (compárese Mc 8, 31). Éste acentúa el hecho de que Jesús será ‘entregado en manos de los hombres’.
Los discípulos temían preguntarle por el sentido de aquella declaración (véase v. 32). Evadir lo que causa temor no soluciona los problemas. Quien decida seguir a Jesús, tendrá que prepararse para aceptar situaciones desconcertantes y dolorosas. No hay Cristianismo sin cruz.

¿Por qué no eres más tú mismo?
Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, Jesús preguntó sobre lo que discutían mientras caminaban (véase v. 33). “Pero ellos se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre quién de ellos era el más importante” (v. 34). ¿Sería Simón, a quien Jesús había llamado Pedro; o Juan, cuya cercanía con el Maestro era evidente; o Judas, hombre de confianza, que manejaba los dinerillos del grupo?
El ‘pecado de la comparación’ no es sino el pecado de Adán, presente en cada uno de nosotros: no soportar que otro sea mayor. Hasta caer en la ridiculez de pretender ocupar el lugar de Dios (compárese Gn 3, 5).
Comenta un Rabino que está convencido que cuando se encuentre con Dios, no lo cuestionará por no haber sido más como Abrahán, o como Moisés, sino por no haber sido más él mismo.

Ser grande es ser servidor
Jesús se sentó, asumió la posición de maestro, y dijo a los Doce: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos, y servidor de todos” (v. 35). La búsqueda de los primeros lugares es contraria a los valores del Reino.
La humildad no es la virtud del miedoso, la carencia convertida en virtud. La humildad es situarnos ante los demás no buscando cómo sobrepasarlos, sino para ver cómo servirles mejor. Ser grande es ser siervo de todos.
Jesús, entonces, “tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: ‘El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a Aquel que me ha enviado’” (vv. 36-37). El niño, en tiempo de Jesús y durante toda la Antigüedad, no tenía valor alguno en la jerarquía social.
En suma, para realizar nuestra vocación cristiana, debemos buscar día a día dedicarnos a los más insignificantes a los ojos del mundo entre nuestros hermanos, con la certeza de que nunca aprenderemos bastante de la humildad.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario