jueves, 25 de septiembre de 2014

Seamos coherentes

Juan López Vergara


La Iglesia ofrece hoy un pasaje del Santo Evangelio que muestra la importancia de nuestra decisión ante el Anuncio del Reino, no obstante que es frecuente decir una cosa y hacer otra, lo cual se convierte en un obstáculo para la realización del mayor anhelo de Dios, que consiste en compartir su Proyecto de Vida, pero contando siempre con el compromiso de nuestra libertad (Mt 21, 28-32).


Nuestra respuesta, avalada por los hechos

En un clima de enfrentamiento, Jesús cuestionó a los Sumos Sacerdotes y a los Ancianos del pueblo mediante una Parábola: “Un hombre que tenía dos hijos fue a ver al primero y le ordenó: ‘Hijo, ve a trabajar hoy en la viña’. Él le contestó: ‘Ya voy, señor’, pero no fue. El padre se dirigió al segundo y le dijo lo mismo. Éste le respondió: ‘No quiero ir’, pero se arrepintió y fue” (vv. 28-30).

Jesús encaró a las Supremas Autoridades por la negativa influencia que ejercieron en el pueblo ante el Anuncio del Reino, y les preguntó cuál de los dos hijos cumplió la voluntad del padre. Ellos respondieron que el segundo, y así reconocieron que el “Sí” y el “No” del principio, al ser desmentidos con los hechos, perdieron toda significación.


‘Obras son amores…’

Lo que cuenta son las obras y no los buenos deseos ni las apariencias, por muy bellas o espirituales que aparezcan. Con Dios, representado por el padre, lo que vale es el cumplimiento de su Voluntad (véase Mt 5, 48). Después, en la misma sección narrativa del Primer Evangelio, descubrimos a Jesús que previene a la gente y a sus propios discípulos de quienes están sentados en la Cátedra de Moisés, “porque dicen y no hacen” (Mt 23, 3). En definitiva, como reza el refrán: “Obras son amores y no buenas razones”.


Dios quiere nuestra salvación
Jesús, entonces, lanzó un severo desafío a los representantes oficiales de Israel, colocándolos por debajo de las categorías más despreciadas de Israel: “Los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios” (v. 31). Bajo una respetuosa actitud de los dirigentes hacia Dios, se escondía su absoluta infidelidad hacia Él. Y ésta la dejó al descubierto cuando afirmó: “Porque vino a ustedes Juan, predicó el camino de la justicia y no le creyeron; en cambio, los publicanos y las prostitutas sí le creyeron. Ustedes, ni siquiera después de haber visto se han arrepentido ni han creído en él” (v. 32).

La predicación del Bautista suscitó diversas reacciones que dejaron ver las tendencias profundas. Las normas sociales que declaraban a alguien proscrito fueron abolidas, quedando como única norma vigente para el discípulo de Cristo la realización de la Voluntad del Padre, manifiesta en la gratuidad del Reino, porque Él “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la Verdad” (I Tm 2, 4).

Debemos, por tanto, preguntarnos si nuestra vida es coherente con la Fe que proclamamos de palabra.


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