María Dolores García de Luquín
El sábado 27 de septiembre será beatificado Don Álvaro del Portillo Díez de Sollano, quien nació en Madrid, España, el 11 de marzo de 1914, de madre mexicana, la Sra. Clementina Díez de Sollano, natural de Cuernavaca, Morelos, y cuyo padre español había nacido también en aquella capital europea.
Buenos ejemplos desde el hogar
Doña Clementina se crió en el seno de una familia en la que destacaban una profunda piedad religiosa y la generosidad en el servicio a los demás. Transcurrió buena parte de su infancia y juventud en dos haciendas de la familia, que llevaban el nombre de Buenavista y de San Antonio del Puente, a cinco y veinte kilómetros de Cuernavaca, respectivamente.
Desde muy pequeña, su madre la hacía participar en tareas asistenciales, ya que tenía un orfanato que era a la vez asilo de ancianos. También acudían a los hogares de los peones para sostener a las familias espiritual y materialmente, y cuando era el caso, para cuidar a los enfermos, asistir a las parturientas, ayudar a bien morir a los agonizantes y socorrer a las viudas.
Dolores, hermana de Clementina, ha dejado unos recuerdos que retratan el estilo de vida de la familia, caracterizado notoriamente por las virtudes de la reciedumbre, una sincera piedad y la disposición y desprendimiento para servir a los más necesitados.
Mexicana de allá y de acá
La educación de Clementina se completó con unos años de estudio en Londres, donde alcanzó una buena preparación cultural, en tanto que su formación doctrinal y religiosa se notaba por encima de lo habitual.
Cuando se casó, en 1908, tenía 23 años. Desde entonces fijó su residencia en Madrid. De todos modos, sus hijos testimonian que “se sintió siempre muy mexicana; conservaba, al hablar, el acento de su tierra natal, y eso le daba una especial dulzura y una suavidad casi musical al tono de su voz”.
Tela de dónde cortar
Era muy fervorosa; acudía a Misa todos los días. Sus hijos la recordarán siempre como una mujer serena, plácida, de una gran bondad, aunque, de ser necesario, sabía actuar con decisión y energía. Les inculcó una rectitud moral sin sentimentalismos ni beaterías; era muy recta en todo, y al mismo tiempo, nada rígida: “Nos educó siempre con un gran sentido común y sobrenatural; no la oí criticar a nadie jamás. (…) Nos repetía que no debíamos hablar nunca mal de nadie, y hacía hincapié en que desecháramos los juicios temerarios”, afirmaban sus hijos.
El matrimonio procreó ocho hijos; Don Álvaro fue el tercero de ellos.
A medida que éste fue creciendo, aprendió de sus padres a vivir algunas costumbres cristianas, como no olvidar las oraciones de la mañana y de la noche, bendecir la mesa, rezar el Santo Rosario y otras invocaciones marianas que repitió piadosamente hasta su muerte.
Pero, sobre todo, Ramón y Clementina ofrecieron a sus hijos un elevado ejemplo de amor, lealtad, fortaleza, laboriosidad, orden, puntualidad, generosidad y atención al prójimo.
Don Álvaro, siendo ya de edad avanzada, recordaba que cuando era niño, su abuela materna -que tenía muy mal oído musical-, le mecía en brazos para que se durmiera mientras le cantaba el Himno Nacional Mexicano, aunque la letra quizá no fuera la más adecuada para atraer el sueño a un bebé. También, como buen mexicano, le gustaban los plátanos y el chile chipotle.
Con esta breve semblanza espero haberles transmitido un esbozo de su vida espiritual de niño, y la enorme influencia de sus padres para vivir las virtudes humanas y cristianas que acabaron conduciéndolo a su próxima Beatificación; virtudes que lo ayudaron en su lucha diaria, en las cosas pequeñas y en las grandes que el Señor le fue pidiendo realizar a lo largo de su vida, y a lo cual él respondió con fidelidad.
Lo que me lleva a exclamar: “¡de tal palo, tal astilla!”
Fuente de la información:
Álvaro del Portillo.
Un hombre fiel.
Minos III Milenio.
Se puede consultar:
www.alvaro14.org
www.opusdei.org.mx
Visitar youtube
Álvaro del Portillo.
Puede seguirse la Ceremonia de Beatificación por:
EWTN 4.30 A.M.
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