Los últimos wirraritari
Luis de la Torre Ruiz
México, DF.
“Hay el propósito de establecer una marca comercial de la chaquira wirrárica”, se leía en el Artículo publicado en Semanario hace unos días.
Lo que parece ser una acción de apoyo a la Cultura wirrárica es, turbiamente, una acción demoledora de una de las culturas indígenas más originales de México, y todo en aras del ‘progreso’, la ambición, la hipocresía y la impersonalidad que significa la globalización.
Férreo arraigo al origen
De entre todas las etnias indígenas que han permanecido con mayor o menor fidelidad a sí mismas desde la Conquista y la Colonia hasta nuestros republicanos días, los wirraritari son los más resistentes a su desaparición como cultura. Sin embargo, esa resistencia cede cada vez más ante el poderoso acoso de la civilización occidental.
Hasta la primera mitad del Siglo XX, la Cultura huichola o wirrárica se había escapado del avance depredador e irresistible del hombre blanco. Su refugio se ubicó en lo más abrupto de las montañas que forman un nudo en la Sierra Madre Occidental, al Norte del Estado de Jalisco. Durante su aislamiento, esa comunidad indígena fue una con la Naturaleza. La percibió tan a fondo, que supo encontrar en ella la razón de su existencia y fue capaz de concebir toda una teogonía y una particular mitología, bellamente estructurada, que le explicara el Misterio del Universo admitiendo ser una creatura creada por una divinidad representada por el Sol y sintetizada en la trinidad que conforman el maíz, el venado y el peyote.
De esa riquísima concepción cósmica, transmitida oralmente de generación en generación, vienen sus sueños y sus viajes al infinito, que fueron dibujándose con chaquira y estambre de colores en tablas enceradas, cacharros, pulseras y prendas de vestir. Su creatividad fue prodigiosa. Su arte obedecía a un simbolismo religioso. No había Artistas huicholes, sino había un Arte huichol.
Esa cultura, siendo tan rica, tan definida y arraigada, no iba a resistir su encuentro con los “taguares”, los mestizos, los comerciantes, los políticos, el Gobierno en pleno, que se echó como jauría sobre ellos a partir del infame “Plan Huicot”, creado por el Presidente Luis Echevarría Álvarez en los años setenta. Desde ese momento, vino el principio del fin. Se trataba de hacer del huichol un consumista, un votante, un ciudadano común y corriente, más corriente que común, atrapándolo con ropa, alimentos, materiales para construcción, carreteras, campos de aviación, luz eléctrica, televisión, cemento, alcohol, cerveza, coca cola y una educación bilingüe, manejada con criterio de la SEP. Ah, y junto con todo eso, vendría la mutilación de su espíritu, la puntilla de muerte, con la comercialización de su Arte volviéndolo simple artesanía.
Contra la fuerza interior
El rescate del Gobierno pretendía realizar un acto de justicia con 500 años de retraso. En ese aparente intento, como en un huevo de serpiente, iba escondida la desintegración. El precio que han tenido que pagar por el progreso ha resultado sumamente caro e irreversible. Y es que el hombre blanco está hecho de mala levadura. Su obsesiva manera de querer ayudar al indígena tiene un trasfondo demoníaco, terriblemente envidioso. Como hemos perdido la vida espiritual, nos resulta insoportable tener frente a nosotros un pueblo que conforma su vida diaria inmerso en la Naturaleza, formando parte del Cosmos que lo rodea y reconociendo en la Creación una fuerza superior. El wirrárica es un ente auténticamente religioso.
De esa religiosidad, precisamente, emana el Arte que da figuración a sus mitos. Pero ese Arte, al contacto con el hombre civilizado, se volvió artesanía. Dejó su quehacer simbólico para volverse simplemente objeto decorativo. Sus grecas y figuras ya nada tuvieron que ver con su cosmovisión. Sus hábiles manos crearon obras para dar gusto al asombrado mundo occidental. Así, José Refugio López, un huichol originario de Tuxpan de Bolaños, casado con una alemana muy lista, dominando el ejercicio de la chaquira inició su propio camino como Artista y dejó la serranía para incursionar en el mundo de los mestizos.
En Zapopan contactó con José Benítez, otro huichol que ya producía, en serie, tablas a base de estambres de colores sobre cera. José Refugio, bien dirigido por su mujer, desarrolló su Arte con éxito en Europa. Uno más, Santos de la Torre, originario de Venado, Santa Catarina, por encargo del Gobierno, con su esposa y sus hijas, realizó un Mural de 3 por 2.40 metros para el Metro de París. Juan Bautista, su hija Kena y su yerno Atilano Carrillo, cubrieron de chaquira un automóvil Volkswagen, que se anda exhibiendo como una curiosidad por diversas partes del mundo.
Puras apariencias
Ésos son los artistas huicholes que más fama y éxito han tenido en el planeta. Pero ésas no son las habilidades de un creador, sino de un hábil manipulador de materiales que ha dejado de lado el principio telúrico y religioso del Arte huichol. Ahora, toda la comunidad indígena se esmera por hacer trabajos con chaquira, cualesquiera que sean, lo que significa una venta fácil ante una creciente demanda. El producto final no resulta ser más que un adorno, en vez de una expresión artística de la Cultura wirrárica. Y la puntilla viene ahora con la industrialización de la chaquira, pues se pretende establecer una fábrica de ese material en Jalisco.
¡Cuántos intereses, cuántas manos, cuántas ganancias, cuánta explotación! ¿Qué se espera que vayan a hacer los torpes y ambiciosos criterios industriales y gubernamentales con la más hermosa expresión plástica de la Cultura wirrárica? ¿Invadir la “ruta” hasta sus lugares de origen, creando figuras estrambóticas como un paseo a una Disneylandia aborigen? ¿Qué tal un venado forrado de chaquira, de siete metros de altura, a la entrada de Bolaños? ¿Y ese Maracame de cinco metros a la entrada de Huejuquilla el Alto? ¿Qué tiene que ver eso con la verdadera Cultura wirrárica? ¿Habránse visto ideas más idiotas? Y ya una vez subidos y encarrerados en el vagón del capitalismo, ¿quién parará ese tren?
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