viernes, 5 de septiembre de 2014

Ganar para Cristo a mi hermano

Juan López Vergara


En el pasaje del Santo Evangelio que nuestra Madre Iglesia ofrece hoy, Jesús nos invita a vivir con franca responsabilidad una de las más difíciles facetas de la caridad cristiana: la corrección fraterna, y revela que la comunidad es el lugar cristológico por excelencia (Mt 18, 15-20).


El ofendido debe

tomar la iniciativa

La perícopa evangélica pertenece al discurso mateano sobre la vida en comunidad, que abarca todo el Capítulo 18. Le antecede la Parábola de la Oveja perdida, de la que nuestro texto es una aplicación práctica, toda vez que Jesús concientiza a sus discípulos sobre el compromiso de esforzarse por recuperar al hermano extraviado.

El pecado es una ofensa que crea división en la comunidad. Por eso, Jesús no prescribe que sea el ofensor quien vaya a pedir perdón, sino al contrario, es el ofendido el que debe tomar la iniciativa, para mostrar que ha perdonado y facilitar la reconciliación.


Quien bien te quiere,

te hará sufrir

El proceso de reconciliación, si es necesario, tendrá que hacerse hasta en tres pasos:

Primero, “Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo a solas. Si te escucha, habrás salvado a tu hermano” (v. 15). El texto griego habla de “ganar al hermano”, expresión con la que los Misioneros describían su alegría por haber atraído a alguien a la Fe en Cristo (compárense I Co 9, 19-22; I Pe 3, 1).

Pero si el hermano se niega a reconocer su falta, en segundo lugar, Jesús aconseja: “Hazte acompañar de una o dos personas, para que todo lo que se diga conste por boca de dos o tres testigos” (v. 16,). Se pretende que otros miembros de la comunidad apoyen y testifiquen la oferta de reconciliación (compárese Dt 19, 15).

Por último, si el ofensor tampoco acepta el arbitraje impidiendo restablecer la unidad, Jesús, entonces, recomienda al discípulo: “Dícelo a la comunidad. Y si ni a la comunidad le hace caso, apártate de él como de un pagano o de un publicano” (v. 17).

“Quien bien te quiere, te hará sufrir”, dice el refrán, destacando no tanto el sufrir, cuanto el querer.


La presencia de Jesús

Jesús, enseguida, advierte que el rechazo realizado por la comunidad quedará ratificado en el Cielo (véase v. 18), y concluye con esta esperanzadora promesa: “Si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo, sea lo que fuere, mi Padre Celestial se lo concederá, pues donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí Yo estoy en medio de ellos” (vv. 19-20). La eficacia del acuerdo se debe a la presencia de Jesús entre los que apelan a Él.

No debemos, por tanto, asumir las decisiones a la ligera, sino a partir de la Fe, sabiendo que contamos con la presencia de Jesús en medio de nuestra comunidad, y pedirle nos enseñe a ser humildes para dejarnos ayudar cuando nos extraviemos, y también procurar ganar para Cristo al hermano que haya tenido la desgracia de perder el Camino.


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