Juan López Vergara
Nuestra Madre Iglesia recuerda hoy una escena del Santo Evangelio en la que vemos a Jesús proponer un nuevo código de honor, que otorga al perdón la última palabra en su Proyecto: El Reino no viene sin el perdón, no se impone por el poderío del juicio, sino que llama a desprenderse del pasado, fundamentado en la novedad del misericordioso obrar del Padre (Mt 18, 21-35).
Perdón sin límites
El pasaje empieza con una pregunta de Pedro a Jesús: “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?” (v. 21). Al plantear el problema del número de ocasiones, el Apóstol muestra que considera aun legítimo negarse a perdonar. Jesús le contestó: “No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete” (v. 22). Esto equivale a una renuncia total a buscar satisfacción y venganza, pues el resentimiento nunca es una respuesta, ya que, además de destrozar al odiado, aniquila al odiador.
Perdón llama a perdón
Jesús, enseguida, narró una Parábola del Reino, en la que esclarece el fundamento del perdón absoluto e incondicional. En ella contrasta la nobleza del rey con la dureza del siervo: si el rey gentilmente lo mandó llamar y le tuvo compasión, el siervo, en cambio, casi estrangula a su deudor (compárense los vv. 23-27 y los vv. 28-30). Y, mientras que al noble rey el siervo le adeudaba una cantidad estratosférica (v. 24), a él su deudor le debía una bicoca (v. 28).
En el desenlace vemos al rey decir: “Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo la tuve de ti?” (vv. 32-33). “Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida que midáis se os medirá” (Mt 7, 2 compárese con el v. 34). El Mensaje de la Parábola es muy claro: No podemos negar el perdón a nuestros hermanos porque Dios a todos y cada uno nos ha perdonado muchísimo más. Por ello consideramos que, a partir de nuestra Fe Cristiana: “Perdón llama a perdón”.
Perdón de corazón
Es común escuchar: “Perdono, pero no olvido”, lo cual está en frontal oposición a lo ordenado por Jesús: “Pues lo mismo hará mi Padre Celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano” (v. 35). San Jerónimo comenta: “El Señor destruye así, totalmente, la simulación de una paz fingida”. ¿Acaso tenga razón Unamuno cuando afirma que “no hay peor resentido que el que no quiere entender”?
La medida empleada por Dios se convierte en la medida que nosotros debemos emplear. Ésta no obedece a la pura justicia, sino a la lógica del amor, expresada en el generosísimo perdón de Dios. El per-dón es un don, como el mismo nombre lo dice, un don que se reduplica: ‘per-donar’; donar más allá incluso de lo debido.
Por ello, nunca olvidemos la enseñanza de nuestros buenos padres, que nos dicen: “Hijo, ¡Nobleza obliga!”
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