jueves, 25 de septiembre de 2014

EDITORIAL

Otra Independencia pendiente


En el acontecer ordinario de la Historia es significativo celebrar la aurora de algún acontecimiento importante, aunque pocas veces veamos realizado cabalmente ese sueño. En las gestas libertarias mucha gente entregó lucha y sangre buscando realmente la emancipación de cualquier yugo o imposición. La Independencia Mexicana tuvo en los anales históricos una fecha de iniciación y también una fecha representativa en su Consumación, pero las tareas independentistas realmente no quedaron culminadas, aunque sí encauzadas.

La Historia sigue construyéndose entre ideales verdaderos y secrecías obtusas; con la conciencia de que muchas cosas deben de cambiar. Se comprende que los acaecimientos son multifacéticos y hasta veleidosos en su interpretación. Lo dicen, desde diversas trincheras, especialistas concienzudos, a veces salpicados por aventureros de la interpretación y por leguleyos de profesión.

Recuerdan los Anales que el pacto entre los diversos bandos beligerantes se llevó a cabo el 10 de marzo de 1821 con el llamado “Abrazo de Acatempan”. El 24 de febrero de ese año, Agustín de Iturbide dio a conocer el Plan de Iguala, con el que constituía el Ejército Trigarante, y cuyas entrañas eran: Independencia, Religión y Unión. Y el 27 de septiembre, después de 11 tortuosos años de destrucción, comenzaron a atemperarse los tiempos nuevos. Entró el Ejército a la Ciudad de México y se consideró consumada la Independencia en esa fase sangrienta y poliédrica. Mas, a partir de entonces, la historia real, la imaginaria y la oficial, asientan diferencias aún no explicadas.

Rememorar el fin de la Guerra de Independencia es también participar en posibles soluciones. Hace 204 años terminó la etapa de un Gobierno ajeno, avecindado y usurpador. Se dio una pausa para despertar la conciencia del corazón; para dar un paso hacia una identidad más profunda; para que pudiesen resonar los ecos de aquellas lides libertarias en el entusiasmo de la gente. Con todo, la Historia actual sigue siendo todavía aciaga y plagada de problemas difíciles de resolver. Hoy se cree que leemos nuestra propia partitura para avanzar hacia la armonía y el progreso; sin embargo, lo real es que existen abundantes asignaturas pendientes. ¿Independencia para qué? ¿Dependencia de quién?

Las voces apremiantes de los pobres, de los desempleados, de grupos ingentes de mexicanos que siguen arrinconados en un espacio cultural, económico, educativo muy exiguo, abrillantado con un barniz de mediocridad, claman por una auténtica Independencia. Las Reformas del pasado y del presente, lastimeras, a veces hipócritas, proclamadas con solemnidad, que ostentan el embargo de la razón ajena, siguen sin atender los reclamos de libertad con una historia de desarrollo igualitario y de oportunidades que no se cancelen por las declaraciones partidistas.

Necesitamos un destino que nos eleve el alma con esperanzas reales en la justa distribución del ingreso, en la paz, en el empleo, en la familia, en el respeto a la diversidad de pensamiento y en la unidad de identidad. Hay veredas cargadas de odio, subsisten luchas “patrióticas” que inyectan dolor a la convivencia y discriminación en muchos niveles.

No podemos permitirnos el lujo maligno de marchitar la Historia con cuentos y leyendas para defender una estructura politiquera de gobernantes ávidos de enriquecimiento personal. La gente sencilla, con la sabiduría que dan las convicciones, quiere encontrar salidas justas a sus problemas y sufrimientos, sobre todo cuando contempla que, a contraparte, existe un estilo de gobernar y una élite de gobernantes que parecen planear un fracaso rotundo en dar solución a las necesidades de las mayorías, hundidas y frágiles.

En aquellos días, nuestros antepasados se sacudieron unos yugos; hoy, éstos se han multiplicado en las carencias agudas y en las ilusiones estropeadas de miles y millones. Tenemos derecho a una mexicanidad no sólo inscrita en el logotipo de una credencial membretada por una burocracia que devora la parte sustancial del presupuesto económico, engatusándonos en discursos falsamente nacionalistas y en politiquerías amañadas de permanencia hereditaria.

Urge, pues, que de una vez por todas, se consume verdaderamente una Independencia para todos y en todos los sentidos.


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