jueves, 18 de septiembre de 2014

¿Por qué nos casamos por la Iglesia?

Querida Lupita:


Tengo una hija, y con el padre de ella estamos juntos, pero no casados, y eso me pone muy triste porque sé que estoy en situación irregular. Hablé con mi pareja sobre el matrimonio, pero me dice que sería dentro de cinco años, ya que ambos tenemos muchos proyectos y el dinero no es suficiente.

He pensado en no tener intimidad con él porque me siento mal con Dios; pero tal vez él sienta que ya no lo amo, cuando en realidad lo amo mucho. No sé qué hacer. Espero tu consejo.


Diana L.


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Querida hermanita, Diana:

Jesucristo elevó a nivel de Sacramento la institución natural del matrimonio. Quiso hacerlo así para subrayar la importancia trascendente de un amor fiel y exclusivo entre un hombre y una mujer que se unen, de cara a la formación de la familia. Él nos reveló el plan original de Dios Padre al diseñar así a la pareja humana. Durante las Bodas de Caná, Jesucristo obró el milagro de la transformación del agua en vino, significando con ello que la unión natural es transformada ontológicamente en un Bien muy superior.

El amor que une a la pareja es perfeccionado por la acción de Dios en el momento en que ambos cónyuges ministran su promesa indisoluble de vivir el uno para el bien del otro, durante toda la vida, y hasta que la muerte los separe.

Decimos que vamos a casarnos “por la Iglesia” cuando, respetando la visión cristiana del amor, elegimos a un hombre para construir a su lado una familia; cuando en verdad queremos edificar juntos nuestra vida; cuando prometemos ayudarnos en las dificultades, siendo apoyo y estímulo ideal; cuando procuramos la felicidad del otro con un trabajo esforzado por amar cada día como si fuera el único día, el último día de nuestras vidas.

El amor cristiano tiene un elemento que le distingue de forma especial: amar es darlo todo, sin esperar nada a cambio, y se trata de una actitud recíproca. Es un pacto para siempre. Este alto ideal es inspirado y sostenido por el mismo Dios. Es una locura intentarlo sin Él.

Un Sacramento es un signo visible de algo que ocurre en el mundo invisible. El matrimonio nos da Gracias especiales: los novios no son los mismos antes, que después de haberlo recibido; existe un cambio sustancial; una serie de dones llega a ellos cuando santifican su unión; tendrán asistencia divina en las dificultades; serán creativos para renovar su amor; obtendrán fortaleza frente a las tentaciones, logrando ser fieles; educarán con generosidad a sus hijos.

Desde luego, hay matrimonios que se casaron por la Iglesia ignorando todos estos dones, y desafortunadamente no los aprovechan; pero esto no significa que el Sacramento no sea real.

Habla con tu esposo de estas bondades. Hazlo con dulzura, expresándole que deseas ser totalmente de él para siempre. No se necesita dinero, y además, todos los planes marchan mejor cuando dejamos entrar a Dios en nuestras vidas. Acudan juntos a un grupo de matrimonios en situación irregular. Si él no acepta aún, confía en que lo hará si es que perseveras. Empieza tu propio camino de conversión; haz oración; acércate a un Director Espiritual y sigue sus recomendaciones. Si haces lo correcto, Dios bendecirá los frutos.


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