viernes, 5 de septiembre de 2014

LA IGLESIA, ¿OSCURANTISTA? (Cuarta Parte)

Cardenal Juan Sandoval Íñiguez

Arzobispo Emérito de Guadalajara


Es la calumnia que se viene repitiendo desde hace dos siglos por parte de los “ilustrados” y demás enemigos de la Iglesia, quienes por ignorancia o mala voluntad la acusan de ser enemiga de la Ciencia y de obstaculizar su desarrollo. Pero la verdad de las cosas es que la Ciencia moderna nació en Europa, dentro del Cristianismo y por influencia de la Fe que la Iglesia profesa en un solo Dios infinito y eterno que hizo el Cosmos de la nada y le dio leyes fijas, las cuales el hombre, con su inteligencia, debe descubrir y servirse de ellas.


Origen perfecto y único

LemaitreLa Sagrada Escritura habla de Dios Creador y Ordenador: “En el principio, creó Dios el Cielo y la Tierra. La Tierra era caos, confusión y oscuridad”, pero el Espíritu de Dios fue poniendo orden, pues como dice el Libro de la Sabiduría: “Ordenó todas las cosas según medida, número y peso” (Sab. 11,21).

La regularidad de los fenómenos de la Naturaleza es celebrada en la Biblia como un reflejo de la bondad, orden y belleza de Dios.

De acuerdo con la Revelación Divina, el Mundo y la Naturaleza tienen orden y propósito, y este orden divino es el que impulsó a los cristianos, desde hace un milenio, a investigar sistemáticamente las Leyes del Universo. Que la Iglesia en la Edad Media fue la matriz de la Ciencia moderna lo saben ahora los Científicos, mientras que el común de la gente lo ignora.


Divagaciones y superficialidad

Fuera del Cristianismo, a enormes civilizaciones no se les ocurrió pensar en el orden del Universo, ya fuese por el panteísmo o por el politeísmo en que estaban inmersas, puesto que ambas cosas les llevaron a pensar en una Naturaleza mitificada, divina o semidivina, sujeta no a Leyes fijas, sino al capricho de los dioses. En el panteísmo, que es la visión más común de los pueblos orientales, todo es dios y todo es divino; el mundo es eterno, sin principio ni fin ni propósito alguno. En la cultura greco-romana, también politeísta, se asignaba a cada una de las divinidades, que tenían los mismos vicios y caprichos de los hombres, algún fenómeno o parte de la realidad: el dios del rayo, el dios de los mares, las diosas de la fertilidad o del amor, etc.

Es evidente que la idea de una Naturaleza mitificada y sujeta al capricho de los dioses no alentaba la investigación científica de las Leyes de la Naturaleza. Las Culturas arábiga, babilónica, china, egipcia, griega, hindú o maya, concebían el Universo como un inmenso organismo viviente dominado por divinidades y fuerzas ocultas. En el animismo, que concebía a la Naturaleza como dotada de inteligencia y voluntad, no cabía pensar en la regularidad de los fenómenos o en buscar sus Leyes fijas. No puede negarse que esas Culturas hayan hecho valiosas aportaciones en el campo de las Artes, de la Filosofía y de la Tecnología, pero las Ciencias Exactas quedaron fuera de su investigación. Aun los musulmanes, que tanto contribuyeron a la Cultura de Occidente, no pensaron en las Leyes fijas del Universo por exaltar la omnímoda y absoluta libertad de la voluntad de Dios.


Un parteaguas definitorio

No fue sino hasta que apareció la obra del Historiador Pierre Duhem, a principios del Siglo XX, cuando comenzó a ponderarse, entre los Historiadores y Científicos, el papel decisivo de la Iglesia y de los Teólogos y Sabios medievales en el desarrollo de las Ciencias Exactas.

Y, por su parte, el Científico e Historiador Jaki Stanley L., muchas veces galardonado, llegó a afirmar que, “sin duda, puede decirse que la Ciencia Moderna tuvo su origen en la Edad Media”, y que “la Ciencia no es Occidental, sino Cristiana”.



La Iglesia Católica ha sido siempre cercana a la Ciencia. Muchos grandes científicos han sido, de hecho, Sacerdotes, como el P. George Lemaitre, Astrónomo y Profesor de Física, de los primeros en emplear la Teoría de la Relatividad en la Cosmología.



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