Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara
Amigos, amigas:
Recientemente, el 28 de agosto, celebramos el “Día del Abuelo”, y por ello quiero aprovechar la ocasión para dirigirme de una manera muy puntual a quienes forman parte de esta etapa de la vida tan hermosa, como es la tercera edad, y a quienes les rodean.
El Papa Francisco nos ha puesto a reflexionar que vivimos en una Sociedad que con frecuencia trata de descartar a varios sectores, negándoles oportunidades de vivir con dignidad, con posibilidades de manifestar su dignidad de seres humanos. Entre ellos se encuentra el de la juventud. A los jóvenes se les pone poca atención y se les orilla a buscar el sentido de la vida donde no lo hay, porque la Sociedad a menudo los descarta y no les da oportunidad de desarrollo o de inserción.
Mas nuestra Sociedad también se caracteriza por menospreciar a los adultos mayores, pues cree que ellos ya nada tienen qué hacer, nada qué aportar, y muchas veces se asumen como una carga para la familia, que tiende a relegarlos.
En una fecha como esa que acabamos de conmemorar, a nosotros, hombres y mujeres, se nos llama para que meditemos sobre el valor de la dignidad de la persona en todas sus etapas, desde el momento de su concepción hasta el momento de su muerte natural.
Cada ser humano posee una dignidad inviolable. Por lo tanto, debemos valorar particularmente esa etapa de la vida de tantos hermanos y hermanas nuestros que han llegado a la llamada tercera edad.
Sí, puede que estén ya limitados en sus fuerzas, en sus facultades mentales, en sus posibilidades, mas no se nos olvide que lo que ahora nosotros somos es debido a que estas personas gastaron sus energías para que hoy en día podamos hacer lo que estamos haciendo.
A ellos les debemos lo que somos. Además, ellos son la memoria histórica de los acontecimientos familiares, de los acontecimientos de la vida. Ellos, en su largo caminar, han acumulado experiencias que pueden iluminarnos y ayudarnos a discernir lo que sea mejor para nosotros que estamos buscando vivir. Incluso, es habitual que los adultos mayores son garantía de conservación de la Fe. En suma: los ancianos son un tesoro de humanismo, un tesoro en la familia, un tesoro para la Sociedad.
Examinemos, pues, cada uno de nosotros, qué tanto valoramos a los adultos mayores, tanto si los tenemos en casa, en familia, como si no los tenemos, o dondequiera que estén. O si, por el contrario, participamos de esta cultura actual que descarta, que desecha, que considera a los viejos como seres de desecho, de desperdicio de la Humanidad, como individuos que ya no tienen posibilidades y que ya nada merecen.
Nuestra Fe cristiana contradice esta actitud. Por eso es importante que reflexionemos en ello.
Yo les bendigo en el nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo.
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