Querida Lupita:
V eníamos mis hijas y yo en el auto, cuando una de ellas dijo: “Más vale condón en mano, que nueve meses y un enano” (slogan repetidísimo en la Radio y la Televisión). Me sorprendí de la conversación, pues estudian en un colegio católico y pensé que la orientación que reciben es en favor de la castidad. Supe que habían ido de parte del Gobierno a enseñarles “sus derechos reproductivos” a nuestras hijas de 10 a 14 años. Los padres y maestros estamos confundidos ante estos temas, que presentan todo de manera tan “científica”, que nuestros valores cristianos se ven anticuados. ¿Puedes darme alguna sugerencia?
Ma. Cristina F.
Muy estimada Cristy:
Nuestros hijos están siendo bombardeados por la llamada “nueva cultura sexual”. Sus presupuestos se alejan de la verdad para la condición humana, puesto que no consideran su dignidad. Dicen que el sexo es una necesidad y que su fin es el placer.
¡Falso! La sexualidad humana es un apetito (gobernable) y su fin último es el amor. El placer no es un fin, sino un fruto. Además, no es una actividad lúdica, sino de una altísima trascendencia, ya que tiene qué ver con “dar vida”, y de ahí surge su verdadera importancia. Su finalidad es doble: unirnos más (amarnos más) como esposos y procrear (personificar nuestro amor).
Cuando en 1970, con la promoción anticonceptiva, se separó esta doble finalidad, nos boicoteamos la felicidad en la intimidad.
No es cierto que la anticoncepción haya mejorado la vida sexual de los seres humanos; todo lo contrario. Se ha promovido la promiscuidad, con todas sus consecuencias de infidelidades, corazones rotos, familias fracturadas, embarazos no deseados, abortos, aumento de infecciones de transmisión sexual. Insisten, como tarabillas, que el condón es igual a “sexo seguro”, pero no existe estadística alguna que avale tal afirmación. Entre más condones se reparten, más embarazos se dan, más infecciones, más dolor y decepción. Dentro de los matrimonios, la anticoncepción genera consecuencias contra la salud de la mujer y del hombre; existen cambios temperamentales que ponen “de genio” a la mujer por tanto desajuste hormonal.
La Iglesia, sabia en conocimientos de la naturaleza humana, nos ofrece una extraordinaria alternativa al sexo seguro: el amor seguro. (Visita: www.amorseguro.org).
¡Debemos y podemos educar en el valor del amor y la fidelidad! Y la energía espiritual que libera el amor del egoísmo y la agresividad es una virtud de la cual no hablamos en nuestros días: la castidad (dominio propio).
Enseña a tus hijos desde pequeños a aspirar a formar una hermosa familia; diles que escogerán a un hombre -una mujer- que educará a sus hijos, y con quien compartirán toda su vida. Háblales con convicción de que la familia es el bien más importante que puede adquirirse en la vida, y que todo lo demás lo hacemos por y para la familia: el trabajo, los estudios, los bienes materiales… ¡Todo es para nuestros hijos! Para nosotros también, pero hemos de disfrutarlo en familia. Diles que esto es posible si viven los valores del amor: castidad, fidelidad, responsabilidad, respeto, alegría, comprensión, paciencia…
Eduquemos a nuestros hijos en la virtud, y no en las complacencias. El Catecismo de la Iglesia Católica nos da muchas luces para ser firmes al formar en el verdadero valor de la sexualidad. Leamos con atención los Puntos 2331 a 2400.
“La alternativa es clara:
o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado”
(CIC 2339).
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