jueves, 25 de junio de 2015

“¡Óyeme, niña, levántate!”

Juan López Vergara

El Santo Evangelio que la Iglesia celebra hoy, presenta un par de relatos de curación, uno encajado en el otro; dos personas heridas en lo profundo de su vida: una en la salud, y otra en su descendencia, a quienes la Fe condujo al encuentro con Jesús, que las volvió a la Vida (Mc 5, 21-43).

La confianza recompensada por Dios
Estando reunido Jesús con mucha gente, se acercó Jairo, uno de los Jefes de la Sinagoga, quien, “al ver a Jesús, se echó a sus pies y le suplicaba con insistencia: ‘Mi hija está agonizando. Ven a imponerle las manos para que se cure y viva’” (vv. 21-23). Jesús se fue con él. En medio de una multitud que lo apretujaba, se encontraba una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, habiendo gastado todo en médicos, y lejos de mejorar, había empeorado (véanse vv. 24-26). Esta valiente mujer “oyó hablar de Jesús, vino y se le acercó por detrás de la gente y le tocó el manto, pensando que, con sólo tocarle el vestido, se curaría” (vv. 27-28). Inmediatamente se sintió sanada.
Jesús lo notó y preguntó quién lo había tocado (véanse vv. 29-32). La Ley declaraba ‘impura’ a una mujer con hemorragias, excluyéndola de la comunidad por considerar que hacía impuro todo lo que ella tocaba (compárese Lv 15, 25-27). Por eso, asustada y temblorosa se acercó, y postrándose, confesó la verdad. “Jesús la tranquilizó, diciendo: ‘Hija, tu Fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad’” (vv. 33-34). Jesús declaró, así, que Dios no atiende a lo puro o lo impuro, sino a la Fe, a la confianza creyente.

Jesús, Fuente de Vida
Mientras tanto, les avisaron que la niña había muerto. Jesús animó a Jairo: “No temas, basta que tengas Fe” (vv. 35-36). Al llegar a la casa en compañía de Pedro, Santiago y Juan, cuando vio el escándalo, exclamó: “‘¿Qué significa tanto llanto y alboroto? La niña no está muerta, está dormida’. Y se reían de Él” (vv. 37-39). Entró al cuarto junto con los discípulos y los padres de ella, “la tomó de la mano y le dijo: ‘¡Talitá, kum!’, que significa: ‘¡Óyeme, niña, levántate!’” (vv. 40-41). El verbo griego egeírô es idéntico al usado en la resurrección de los muertos (compárense Mc 12, 26; 16, 6). Ante el asombro de todos, la niña se levantó y Jesús mandó que le dieran de comer y no lo dijeran a nadie (véanse vv. 42-43). La comunidad cristiana presenta a Jesús como Fuente de Vida, principio de Resurrección.

El Misterio del Dios-Hombre
Ante la niña ‘dormida’, Jesús niega el poder de la muerte, formulando una pretensión inaudita, de la cual sólo Dios puede hacer gala, ya que “no es un Dios de muertos, sino de vivos” (Mc 12, 27). El relato es un llamado a la Fe, que nos invita a meditar: ¿cómo posee Jesús tal Poder? Es el Misterio del Dios-Hombre quien expresa su Poder con espléndida ternura: “¡Óyeme, niña, levántate!”.

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