jueves, 18 de junio de 2015

La calidad humana del Cristero

Con todo y flaquezas

Guardia Cristera

Luis de la Torre Ruiz
México, D.F.

Con la Canonización de 25 Mártires de la Persecución Religiosa, la Historia de la Iglesia suma a su Santoral valiosos testimonios de vida, vidas ejemplares, tanto en su quehacer cotidiano como en el momento del holocausto. No hay discusión sobre su merecimiento.
Aparte de los santificados, La Cristiada nos ofrece otro testimonio de integridad y calidad humana ejemplares: el campesino devoto que se siente mutilado en su Fe al encontrarse con el Templo vacío, sin estar ya en él, Jesús Eucaristía. El mismo que se decide a tomar las armas para rescatar su derecho y su libertad religiosa que ha sido pisoteada por leyes humillantes y canallas.
El hombre, joven, niño o viejo, de huarache y camisa roída, pantalón parchado y un frugal alimento de frijoles de la olla, tortilla, chile y cebolla… al dejar la tranquilidad de su ranchería para ir a enfrentarse al Goliat que quiere aplastar lo más profundo de su espiritualidad, nos da un ejemplo de integridad, acompañándolo siempre de una vida moral y ética impecable. El Cristero es un cristiano que, sin mucha intelectualidad, obedece a un amoroso impulso de defender a su Iglesia. “Si no somos de ahora, ¿entonces para cuándo?”, decía un viejo campesino a su familia al partir hacia la sierra donde andaban los Cristeros.

Desdén y reivindicación
Durante mucho tiempo, la Gesta Cristera fue primeramente silenciada, tanto por las Autoridades Federales como por la Jerarquía Eclesiástica; luego vilipendiada y casi negada por la oficialidad; fue intelectualmente desprestigiada y tratada como una revuelta de desarrapados fanáticos engañados por los Curas. Pero resulta que no fue así.
Desde hace 50 años, después de la investigación de Jean Meyer, se han escrito abiertamente sobre la verdad de los hechos y el sentido de la lucha, muchos ensayos, tesis, libros y artículos que amplían el panorama de la verdad sobre los hechos. Aquellos Cruzados no eran una turba de facinerosos.
En los Libros Pueblos del viento norte, y 1926. Ecos de la Cristiada, se encuentra más de medio centenar de testimonios de quienes participaron en la lucha armada contra el Ejército Federal. Son abundantes los ejemplos que se nos dan en cuanto a la calidad moral de los combatientes.
Desde un principio de la contienda, cuando Pedro Quintanar tiene su primer encuentro con la Federación y entra en Huejuquilla el Alto, Jalisco, hace una veintena de prisioneros gobiernistas, a los mismos que, en vez de fusilarlos, los deja libres, invitándolos a unirse a sus filas. Cuando los Cristeros toman el pueblo de Mezquitic, abandonado por dos tercios de la población, los que no pudieron salir se vieron acosados por los Cristeros, que tomaron de entre ellos a 11 prisioneros que supuestamente habían combatido en la defensa del pueblo. La pregunta era: “¿Los matamos?”. Entonces Sebastián Bañuelos, uno de los Jefes, intervino: “¿Cómo que van a matarlos?, ¿no ven que tienen familias? Nosotros no andamos cometiendo injusticias, pues. ¡Déjenlos libres!”.

Hombría de bien
Cuántos hombres de los que empuñaron las armas son prototipos de la calidad humana y profunda moral con la que actuaron los llamados Cristeros: Aurelio Acevedo, en Valparaíso y Huejuquilla; Herminio Sánchez, en Totatiche; Agustín Valdés, en Villa Guerrero. El mismo General Enrique Gorostieta Velarde, al compenetrarse de la Causa, renunció a su sueldo de 50,000 pesos mensuales en oro, convencido de la razón que avalaba la lucha.
De entre ellos, voy a referirme a un personaje excepcional: Teodoro Santana Gómez, originario de San José de los Guajes, un típico pueblecito enclavado en una cañada al Poniente de Juchitán, Jalisco. Al cierre de los Templos por la Ley Calles, don Teodoro formó parte de la Unión Popular, encabezando protestas contra el Gobierno y haciendo proselitismo en todas las rancherías alrededor de su Comunidad. Recrudecida la opresión, no quedó más remedio que tomar las armas. Mientras iban brotando los grupos armados en Jalisco, Nayarit, Colima y Michoacán, don Teodoro se encargaba de mantener unidos en la Fe a los suyos.
Cuando llegó el momento de tomar las armas, un Jefe de Cristeros le dijo: “Usted nos hace más falta como pacífico. Quédese en su casa. Alguno de sus hijos ocupará su lugar en el frente de combate”. Y así lo hizo, mientras sus dos hijos, José y Pedro, se sumaban a los armados.
Localizada la Región como Cristera, la presencia de tropas callistas no se hizo esperar, así que San José de los Guajes se vio constantemente ocupado por la Federación. Don Teodoro tenía el don de entenderse con el enemigo, al que le proporcionaba pastura para su caballería, comida y agua para la tropa, proporcionada ampliamente por gente instruida para ello, al tiempo que Los Guajes era un lugar seguro para Sacerdotes y Religiosas perseguidas, así como para Cristeros heridos o enfermos, exponiéndose a ser descubierto a costa de su vida.
El Movimiento Armado Cristero iba creciendo e inquietando al Gobierno. Las noticias que le llegaban a don Teodoro sobre sus hijos en campaña lo mantenían enterado de los sucesos. Un día, recibió una noticia que le turbó el corazón. Los Cristeros habían entrado en Mascota y se criticaba mucho las tropelías que habían cometido. Allí andaban sus dos hijos. Don Teodoro se llenó de vergüenza, y escribió a sus hijos y a los Jefes: “Yo no estoy de acuerdo en proteger ni dar garantías a quienes han cometido tales atropellos en nombre de Cristo Rey. Les exijo a mis dos hijos abandonar el Movimiento inmediatamente”. Sus hijos lo obedecieron regresando a San José, pero llegaron acompañados de los Jefes, quienes rogaron a don Teodoro su reincorporación a las filas cristeras, ofreciendo disculpas por los actos reprobables cometidos, diciendo que ya se había castigado a los culpables y prometiendo el mayor cuidado para no repetir los hechos.
Don Teodoro siguió manteniendo en su pueblo el servicio a la Causa. Su casa, la más grande del pueblo, de amplias estancias, patios y corrales, era un almacén de víveres y armas. Hasta que fue descubierto. Con la pistola entre ceja y ceja, el Comandante callista amenazaba a don Teodoro: “Te conozco, Teodoro. Contigo voy a empezar los fusilamientos de todos estos fanáticos que apoyan a los rebeldes”.
Providencialmente, una mujer pública, amante del oficial callista, intervino para perdonarle la vida a don Teodoro. Llegaron los “arreglos” y vino la paz martajada que daría pie a una “segunda Cristiada”. Don Teodoro luchaba civilmente para que se le concediera a San José de los Guajes la calidad de Municipio, constitucionalmente. Sus principales enemigos eran los agraristas que, además, clamaban venganza por la postura que habían tenido Los Guajes durante La Cristiada.
Don Teodoro logró ver, en vida, la municipalidad de su pueblo, del que orgullosamente podía decir que había sido católico por encima de toda tiranía, hasta sus últimas consecuencias.

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