jueves, 11 de junio de 2015

Ordenación

Ordenaciones

Muy trémulas estaban tus manos… esas manos
que ansiosas esperaban la
Unción Sacerdotal
(manos que presintieron,
en días muy lejanos,
correr una aventura
divina sin igual).

La causa era que, en lo hondo
de tu alma conturbada,
reías, de tus manos,
la inmensa parvedad:
mirabas que, aunque puras,
eran de polvo y nada.
Por eso es que temblaban
frente a su indignidad.

De pronto, las azules
volutas del incienso
cesaron de elevarse
sin prisa ni rumor.
Los místicos acordes
quedaron en suspenso
ante el prodigio ignoto
de tus manos en flor.
Y floreció en tus manos de arcilla
el gran portento:
ungiéndolas con óleo…
Y desde aquel momento
–¡principio de una historia
mirífica y sin par!–
trocáronse tus Manos nazarenas,
más puras que las blancas
y níveas azucenas;
y entonces, ¿lo recuerdas?…
cesaron de temblar.

Por fin, por fin, tus manos
ya no eran las de arcilla;
estaban endiosadas… eran de Jesús.
Estaban luminosas,
estaban sin mancilla,
cual dos copos de nieve,
cual dos lirios de luz…

Plutarco E. Santiago
(Fragmento III de
“El poema de tus manos”)

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