Juan López Vergara
En el pasaje del Santo Evangelio que la Madre Iglesia nos participa hoy, Jesús se refiere al único pecado imperdonable, y revela quiénes forman su verdadera familia (Mc 3, 20-35).
Jesús es el primero y el más grande Evangelizador
Jesús está de nuevo en su pueblo, ahora con sus Apóstoles. Es tal la expectación causada, que les impide comer, y cuando se enteraron sus parientes, fueron a buscarlo diciendo que “se había vuelto loco” (v. 21, compárese con Jn 7, 5).
Los exorcismos realizados por Jesús inquietaron a teólogos que fueron desde Jerusalén con gravísima acusación: “Este hombre está poseído por Satanás, Príncipe de los Demonios, y por eso los echa fuera” (v. 22).
Jesús al inculpársele de ser un agente del Maligno, se defiende con Parábolas: “¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Porque si un Reino está dividido en bandos opuestos, no puede subsistir. Una familia dividida tampoco puede subsistir. De la misma manera, si Satanás se revela contra sí mismo y se divide, no podrá subsistir, pues ha llegado su fin. Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y llevarse sus cosas, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa” (vv. 23-27). Jesús hace gala de un fino sentido común, que es la simiente vital, la pauta de la vida. Las Parábolas solían ser el modo inteligente y respetuoso con que se defendía de los ataques de sus adversarios (compárese Lc 15, 1-3).
El Santo Padre Francisco, en su Exhortación Apostólica, enseña: “Jesús es el primero y el más grande Evangelizador” (La alegría del Evangelio, 12).
El único pecado imperdonable
Jesús, entonces, categórico, revela: “El que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón; será reo de un pecado eterno” (v. 29). Blasfemar contra el Espíritu Santo consiste en atribuir al mal espíritu una obra buena; denota la malicia y endurecimiento del pecador. Esto implica auto-cerrase a la Fuente de Salvación que es el Espíritu Santo, haciéndose impermeable a su acción; rehusar su perdón impide recibirlo. Éste es el único pecado imperdonable.
Bienaventurados los que oyen la Palabra y la guardan
San Marcos relata magistralmente: Jesús al centro, la gente sentada en torno, y fuera de ese círculo, sus familiares (véanse vv. 31-32). Sus seguidores ocupan el primer puesto, configuran su familia: “‘¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?’ Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: ‘Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la Voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre’” (vv. 33-35).
Jesús no desprecia los lazos de sangre, pero antepone la escucha atenta a su Palabra y el cumplimiento de la Voluntad de Dios (compárese Lc 11, 28). Será por ello que San Juan Crisóstomo asegura que, “si María no hubiera escuchado y observado la Palabra de Dios, su maternidad corporal no la habría hecho Bienaventurada”.
“Fijos los ojos en Jesús” (Hb 12, 2), quien “pasó haciendo el Bien” (Hch 10, 38), enseñándonos a dar vida a las palabras del Profeta:
Aprendan a hacer el Bien, busquen lo justo, den sus derechos al oprimido, hagan justicia al huérfano, aboguen por la viuda (Is 1, 17).
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