jueves, 4 de junio de 2015

Fijos los ojos en Jesús

Juan López Vergara

En el pasaje del Santo Evangelio que la Madre Iglesia nos participa hoy, Jesús se refiere al único pecado imperdonable, y revela quiénes forman su verdadera familia (Mc 3, 20-35).

Jesús es el primero y el más grande Evangelizador
Jesús está de nuevo en su pueblo, ahora con sus Apóstoles. Es tal la expectación causada, que les impide comer, y cuando se enteraron sus parientes, fueron a buscarlo diciendo que “se había vuelto loco” (v. 21, compárese con Jn 7, 5).
Los exorcismos realizados por Jesús inquietaron a teólogos que fueron desde Jerusalén con gravísima acusación: “Este hombre está poseído por Satanás, Príncipe de los Demonios, y por eso los echa fuera” (v. 22).
Jesús al inculpársele de ser un agente del Maligno, se defiende con Parábolas: “¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Porque si un Reino está dividido en bandos opuestos, no puede subsistir. Una familia dividida tampoco puede subsistir. De la misma manera, si Satanás se revela contra sí mismo y se divide, no podrá subsistir, pues ha llegado su fin. Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y llevarse sus cosas, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa” (vv. 23-27). Jesús hace gala de un fino sentido común, que es la simiente vital, la pauta de la vida. Las Parábolas solían ser el modo inteligente y respetuoso con que se defendía de los ataques de sus adversarios (compárese Lc 15, 1-3).
El Santo Padre Francisco, en su Exhortación Apostólica, enseña: “Jesús es el primero y el más grande Evangelizador” (La alegría del Evangelio, 12).

El único pecado imperdonable
Jesús, entonces, categórico, revela: “El que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón; será reo de un pecado eterno” (v. 29). Blasfemar contra el Espíritu Santo consiste en atribuir al mal espíritu una obra buena; denota la malicia y endurecimiento del pecador. Esto implica auto-cerrase a la Fuente de Salvación que es el Espíritu Santo, haciéndose impermeable a su acción; rehusar su perdón impide recibirlo. Éste es el único pecado imperdonable.

Bienaventurados los que oyen la Palabra y la guardan
San Marcos relata magistralmente: Jesús al centro, la gente sentada en torno, y fuera de ese círculo, sus familiares (véanse vv. 31-32). Sus seguidores ocupan el primer puesto, configuran su familia: “‘¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?’ Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: ‘Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la Voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre’” (vv. 33-35).
Jesús no desprecia los lazos de sangre, pero antepone la escucha atenta a su Palabra y el cumplimiento de la Voluntad de Dios (compárese Lc 11, 28). Será por ello que San Juan Crisóstomo asegura que, “si María no hubiera escuchado y observado la Palabra de Dios, su maternidad corporal no la habría hecho Bienaventurada”.
“Fijos los ojos en Jesús” (Hb 12, 2), quien “pasó haciendo el Bien” (Hch 10, 38), enseñándonos a dar vida a las palabras del Profeta:

Aprendan a hacer el Bien, busquen lo justo, den sus derechos al oprimido, hagan justicia al huérfano, aboguen por la viuda (Is 1, 17).

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