jueves, 18 de junio de 2015

“¿Quién es éste?”

Juan López Vergara

Nuestra Madre Iglesia recuerda hoy un milagro del Santo Evangelio que tiene sus raíces en la mejor tradición, rico en detalles pintorescos e indicaciones precisas que denotan una experiencia realmente vivida; pero, ante todo, pretende ser una instrucción catequética, de cara a la Fe, en la Persona de Jesús (Mc 4, 35-41).

Malignas fuerzas obstaculizan el Evangelio
Jesús decidió pasar con sus discípulos “a la otra orilla del lago” (v. 35). Es decir, al territorio pagano de la Decápolis, al dominio absoluto del Demonio, según la mentalidad de la época. Los discípulos despidieron a la gente y llevaron a Jesús en la misma barca en que se encontraba (véase v. 36). “De pronto se desató un fuerte viento, y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenado de agua” (v. 37). El mar es la criatura que revuelve y encrespa perturbando el orden de la Creación (compárense Sal 65, 8 y 93, 4).
Mientras tanto, Jesús dormía reclinado sobre un cojín (véase v. 38a). Jesús se presenta por completo como un hombre, quien después de un día de predicar en el lago a las multitudes se quedó tan dormido, que ni aquella estruendosa tempestad pudo despertarlo. Las fuerzas del Mal obstaculizan por todos los medios la difusión del Evangelio.

Alguien más que Jonás
Los discípulos despertaron a Jesús, e indignados reclamaron: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” (v. 38b). En el texto de San Marcos, esta pregunta contiene un matiz de reproche que ni San Mateo ni San Lucas conservaron (compárense Mt 8, 25 y Lc 8, 24). Jesús “se despertó, reprendió al viento y dijo al mar: ‘¡Cállate, enmudece!’. Entonces, el viento cesó y sobrevino una gran calma” (v. 39). Increpó al viento como si fuera un Demonio: el término griego empleado aparece en exorcismos (compárese Mc 1, 25 y 9, 25). ¿Un exorcismo cósmico? La narración de Jonás quizá influyó en la creación del relato, si bien Jonás debía orar a Yahvé su Dios para que la tempestad perdonara al barco (compárese Jon 1, 4-6). El Evangelista atribuye un comportamiento distinto a Jesús, insinuando así que es alguien más que Jonás, pues apaciguó con sus propias palabras los elementos desencadenados (compárese Mt 12, 41).

Una Fe llamada a madurar
El siguiente verso tal vez lo añadió San Marcos: “¿Por qué tienen tanto miedo? ¿Aún no tienen Fe?” (v. 40). El discípulo que llegó a tener la Fe suficiente para seguir a Jesús debe, en los momentos difíciles, incluso frente al desolador silencio de Dios, mantener firme su confianza en Él. Nadie sale a salvo de la tormenta hasta que, entrando en el Misterio de Dios, aprende a decir con Jesús: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Lc 23, 46). Nuestra Fe está siempre y en todo momento llamada a madurar: “Nuestra Fe Cristiana no se reduce a la intimidad de nuestra vida. El que no ama a su hermano no conoce a Dios. El que no manifiesta su amor a los demás, es porque no ha conocido a Dios, que es Amor” (Véase “La Palabra del Pastor”, Semanario, 17/V/2015).
El relato del milagro termina con un asombro compartido que conduce a preguntar: “¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?” (v. 41).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario