Pintaron mil veces el rostro de Cristo
Los pinceles de Alfonso de Lara Gallardo
Luis Sandoval Godoy
El domingo 29 de septiembre que acaba de pasar, cumplidos hacía poco 91 años de edad, pasó de ésta a la vida eterna, Alfonso de Lara Gallardo, el gran Maestro de la Plástica que condujo a muchas generaciones, y él mismo fue reconocido en sus incontables obras, como cultor e innovador de la Acuarela.
Se le pudo recordar en sus rasgos personales: la frente amplia y limpia irradia pensamientos de altura; los ojos profundos atisban destellos espirituales; el gesto grave, los labios apretados; toda su expresión llevada a horizontes infinitos de perenne belleza.
Pero hoy se le quiere ver en el embeleso de la Eterna Gloria, envuelto en luz de eternidad, jugando sus pinceles en tintas del sublime amor y trazando la última pincelada que le llevó a una claridad mañanera, como aquellas que en extasío deleitoso contemplaba desde su balcón muy cercano a la Barranca.
Más allá del paisaje y de las acuarelas incontables con que engalanó por muchos años el Suplemento Cultural de un diario citadino, el supremo deliquio de su alma, el ardor llameante de su ser, fue Cristo, en cuya búsqueda y con el pincel en la mano, supo caminar a lo largo de toda su vida.
Un asedio amoroso tras el rostro de Jesús
Se cree que en su trabajo cotidiano, emprendido con rendida devoción, llegó a pintar más de mil rostros de Cristo. Pero no la imagen complaciente y tierna del Señor en algunas escenas evangélicas, sino el Cristo atormentado y sufriente, los labios entreabiertos en doliente sequedad, los ojos desfallecidos, la mueca de profundo dolor, la cabellera y la barba empabilados en el sudor y la sangre.
Verlo pintar aquellos rostros, estar a su lado mientras trazaba alguna de aquellas imágenes, hacía que se le vieran a él también los labios entreabiertos, el pulso levemente acelerado, la respiración golpeada, los ojos inflamados en una emoción desoladora. Se le veía así y se pensaba si cada pincelada dada en la tela o en la cartulina no era una pincelada que se hacía él mismo en el alma, como si cada rasgo, cada línea del rostro de Cristo correspondiera al dibujo que el mismo Alfonso quería plasmar en su vida.
Ahí está la serie de exposiciones y de obras de celebrada valía que pintó; como el misterio del hombre que empareja su vida al sufrimiento del Salvador, para el Templo del Calvario, en Jardines del Bosque; como los cuadros de acento sordo y amargo para el Vía Crucis del Templo de Nuestra Señora del Sagrario; como la estupenda interpretación que trazó para las ediciones de “El Romancero de la Vía Dolorosa”, de Fray Asinello; como el imponente e impactante Mural del Templo del Señor de la Salud, en Paseos del Sol, que describe, en dos relieves, el tenebroso abismo de los condenados y el venturoso sendero hacia la Gloria.
Como el extenso e insuperable Mural para el Templo de San Bernardo, en que plasmó la Historia de la Salvación, haciendo que, enmedio de incontables escenas que lo componen, se levantara soberana y gallarda la imagen de Cristo, como el Señor de la Historia, como el Autor de la Vida y de las vidas, Principio y Fin de las cosas; una imagen de Cristo que fue, tal vez, la que pudo atrapar mejor los rasgos divinos, después de que tantas veces se dolía de su afán de retratar a Jesús y la forma en que los rasgos divinos escapaban de su pincel.
Señales de identidad con Paul Claudel y con Fray Asinello
De este singular maestro del color, de la imagen, del paisaje y su afán por atrapar las señales de la belleza que la Naturaleza regala a los hombres; que se desempeñó por más de veinte años como pasional Maestro en la Escuela de Artes Plásticas de la U. de G., escribió el Arquitecto Guillermo García Oropeza una intensa biografía, mientras la señorita Mónica Esmeralda Chávez Aldrete estuvo tomando a su lado una serie de grabaciones con que el Artista quiso recordar algunos pasajes de su vida. Este reconocido Cronista tapatío, invocando recuerdos personales, vivencias y convivencias en que tuvo la fortuna de acercarse a él, redactó una Semblanza dentro de la serie de biografías con título de “Encuentros”.
Al final de este sentido recuerdo en la muerte de Alfonso de Lara Gallardo, se quiere hacer mención de un formidable libro, con tiraje de apenas 100 ejemplares, prácticamente desconocido, en el cual, siguiendo el texto del inmenso Paul Claudel, en traducción de Efraín González Luna, en su aterrador “Vía crucis”, dibujó una serie de 150 estampas, estrujantes y ciertamente amargas, impresas en buen papel, de tamaño oficio.
Para recordar al bien querido Maestro que se recrea allá en acuarelas sublimes, y para correr un poco el velo de su profunda espiritualidad y su amorosa entrega a Cristo, qué bien hiciera alguna institución que emprendiera la publicación y difusión de esta bellísima edición de sus Cristos tras los textos de Claudel, casi de carácter privado.
Por cierto, viene al caso la explicación con que tuvo a bien dedicar al suscrito el libro de referencia, dando en ello vislumbres de su radiante amor, al decir que dicha serie de rostros de Cristo… “no guardan ni pretenden guardar unidad de estilo. Son apenas resonancias íntimas de diferentes épocas, deslumbramientos o pasos a través de las tinieblas…”
Tinieblas entonces, y hoy inmarcesible luz, iridiscente y festiva, de quien hizo de su vida un fervoroso Himno de Amor, un infatigable asedio a la figura de Jesucristo… “con fiebre en la frente / con fuego en el pecho”, aun llegando a confesar con humildad: “Lo que más me gusta pintar y a lo que más atrevo, es Cristo, y no lo alcanzo… Toda la temática de mi pintura se vuelca en el Cristo total”… y en Cristo total se ha volcado el abrazo con que Alfonso de Lara fue a encontrarse con Él en la eternidad.
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