jueves, 10 de octubre de 2013

La gratitud es la memoria del corazón

Juan López Vergara


Nuestra Madre Iglesia presenta hoy en la Mesa de la Eucaristía un pasaje exclusivo del Santo Evangelio según San Lucas, que nos habla de la nobilísima virtud del agradecimiento como la respuesta confiada del hombre ante la Gracia de Dios, que siempre le precede (17, 11-19).

Jesús, Sacramento de la Misericordia del Padre

El Evangelista relata que, yendo Jesús de camino a Jerusalén, salieron a su encuentro diez leprosos, quienes se detuvieron a lo lejos, pues estaba prescrito que vivieran aislados (compárense vv. 11-12 y Lv 13, 46). Enseguida exclamaron: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros” (v. 13). En el Tercer Evangelio, hasta ahora, sólo se habían dirigido a Jesús como ‘Maestro’ sus discípulos (compárense Lc 5, 5; 8, 24; 9, 33). El Maestro, entonces, los miró y les ordenó: “‘Vayan a presentarse ante los sacerdotes’. Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra” (v. 14). En la obediencia a la Ley, como les indicó Jesús, hallaron su alivio.

Sin embargo, llama la atención que le sucediera lo mismo a uno de los leprosos que era ‘extranjero’ (compárense vv. 16 y 18). El Evangelista subraya que en Jesús el camino de la Salvación está abierto a todos, incluso a los excluidos de Israel. Este milagro no significa únicamente una curación física, sino una restauración en la vida social de su pueblo. La acción de Jesús consistió en abrir comunicación ahí donde la excomunión estaba a la orden del día, para los pecadores públicos, recaudadores de impuestos, prostitutas; en fin, todos aquellos marcados con el estigma de ‘impuros’. Al actuar así, Jesús era consciente de obrar igual que Dios: volviendo su rostro hacia quienes, como aquellos leprosos, se sentían perdidos y vulnerables. Jesús es el Sacramento de la Misericordia del Padre.


‘Tu Fe te ha salvado’

El centro de interés del relato radica en la actitud agradecida de un extranjero dispuesto a reconocer la bondad de Dios que actuaba en Jesús: “Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ése era un samaritano” (v. 15-16). Jesús, sorprendido, se quejó: “‘¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?’ Después le dijo al samaritano: ‘Levántate y vete. Tu Fe te ha salvado’” (vv. 17-19).

Obras son amores, y no buenas razones

El dolor compartido por aquel grupo de menesterosos fue capaz de romper la barrera del odio. “Los judíos no se tratan con los samaritanos” (Jn 4, 9). Y precisamente un agradecido extranjero, al manifestar su Fe en Jesús, encontró la Salvación. Cervantes, en El Quijote, evocando un texto de la Carta del Apóstol Santiago, asegura: “El agradecimiento que sólo consiste en el deseo, es cosa muerta, ‘como es muerta la Fe sin obras’”. ¡Obras son amores, y no buenas razones!

La gratitud, ciertamente, es la memoria del corazón.


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