jueves, 10 de octubre de 2013

La alegría de ser consagradas

Tiene atractivo y mérito


“Alegría y jovialidad sean compañeras inseparables de las Maestras Pías

de la Dolorosa” (Beata Elisabetta Renzi)


happy-nun-kids


Religiosas del Instituto Maestras

Pías de la Dolorosa


En el tiempo de hoy, bombardeados por tantos Medios de Comunicación, envueltos por el mundo que invita a lo fácil, a lo desechable, al frenesí, todas estas cosas que dan una alegría que pasa, que se desvanece, que dura poco, aún puede descubrirse una alegría que nace de dentro, que proviene de la sensación de ser amado, que sólo se experimenta en lo profundo del corazón.

La alegría es importante para una consagrada. Pero, ¿cuáles son las causas que pueden oscurecer esa alegría?

La edad: En plena juventud es fácil querer entregarse en todo y con todo; al pasar el tiempo, las ilusiones se desvanecen y los ideales desaparecen; las fuerzas no son las mismas; los años pesan.

El activismo: Creer que tienes valor por lo que haces, y que entre más hagas, más eficaz eres dentro de un Instituto; correr, querer comerte el mundo, hasta que caes en la cuenta de que el mundo es el que empieza a comerte a ti.

La egolatría: Pretender ser el centro de todo; que todo gire en torno nuestro, y no permitir una vida de verdadera comunión; es decir, vivir sólo para nosotros y por nosotros.

Apropiarse del apostolado: El no ser capaces de pasar la estafeta, no querer trabajar en equipo, adueñarse del apostolado porque se ha estado muchos años al frente, lo cual ocasiona el no abrirse a que otros emprendan sobre lo ya emprendido.

La indiferencia y comodidad: Vivir una vida hueca, vacía y carente de significado; encerrada, sin capacidad de donación, sólo aparentando y sin interés por los otros.

La mediocridad y rutina: El acomodarse y vivir a medias, por salir del paso, como autómatas, la vida que va perdiendo su esencia, su novedad; que cumple porque así es, que no da más, que le falta el “plus” y amenaza con ir a la decadencia.

El cansancio y la enfermedad: Olvidar con frecuencia nuestra condición de humanos, que es corporal, finita; que se desgasta y cae.

La soledad: Estando rodeadas de tanta gente, llegar a experimentarse sola; la pérdida del sentido de la vida; la falta de motivaciones y razones para continuar; el buscar salidas fáciles y llenarse de falsas seguridades, de oscuridad, que sólo nos orillan a abandonarlo todo.


¿Por dónde recomenzar si parece que todo ha terminado?


Para reflejar esa alegría de ser Consagrado (a), hay que arriesgarse, transformarse en lo cotidiano y hacer que aquellas sombras que oscurecen sean consecuencia de la luz.

El punto de partida podemos encontrarlo en Cristo, quien purifica y madura este camino para apasionarnos por vivir alegres, vivir por su Reino en la donación perenne. La fuerza y la alegría de la Vida Consagrada residen en su dimensión espiritual, donde encuentra la plenitud fecunda.

Hay gente que se pregunta si la vocación religiosa puede proponerse hoy a jóvenes en una Sociedad secularizada, en la que las cosas “Pías” han pasado de moda porque ha desaparecido el sentido de piedad. Hoy más que nunca se necesitan auténticas Maestras, y Pías, capaces de enseñar a mirar al hombre en su totalidad, en su indispensable dimensión religiosa, humana y espiritual.

La Beata Elisabetta Renzi decía a sus hijas: “Habéis regalado a Dios vuestra juventud, que en este mundo es caduca y pasa en un instante; Dios os regalará una juventud eterna, donde las cosas más bellas no conocen decadencia”.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario