jueves, 10 de octubre de 2013

EDITORIAL

12 de Octubre


Este día es una fecha emblemática para toda América y, por supuesto, para nuestra Patria, aunque implica, sin duda, sentidos contradictorios, incluidos aquellos tatuados en la piel por su significado religioso. Existen, pues, razones por las que cada 12 de octubre se susciten sentimientos de alegría y, en ocasiones, conflictos, dado que la conmemoración del Descubrimiento del llamado “Nuevo Mundo”, cuando navegantes, aventureros y hombres de Dios, venidos de lejanas tierras, trajeron y llevaron noticias, costumbres, lenguaje, historias, aprendizaje y enseñanzas, marcaron un hito que dejó aquí huellas indelebles. Nadie puede negar que, con ello, hubo una transculturizacion de ida y vuelta, que se tradujo en beneficios recíprocos, por más que algunos sigan mirándola con recelo y midiéndola en tonalidades grises y hasta oscuras. Pero así fue como se inició la globalizacion para este mundo nuevo, cuando apenas se aprendía que la Tierra era redonda.

La nuestra fue, ciertamente, una conquista dolorosa, con abundancia de sangre derramada, fuego y destrucción, que permearon hasta las raíces milenarias de estas tierras; pero, al mismo tiempo, así comenzó a reinterpretarse el mundo a través de una nueva visión y empezaron a intercambiarse los vestigios de culturas milenarias por otras, dando lugar a una nueva civilización, presente en conocimientos y obras materiales que han quedado hasta hoy como testigos de ese encuentro.

La espada, entonces, fue una herramienta de sometimiento que sembró muerte y destrucción; pero, a la par, vino mucha gente luminosa que trajo consigo enseñanzas, artes, ciencias y una cosmovisión diferente de la religiosidad y del mundo. Se evidenciaron dos conquistas, con los defectos y grandezas de lo nuevo: guerra que destruye e impone y, simultáneamente, humanismo y religión en una fragua diferente, que terminaron en el choque de dos fuerzas distintas, pero con afanes unificados de rescatar los valores positivos y desechar lo incompatible.

Todo esto marcó divergencias y traumas incuestionables; sucesos que, en la opinión de algunos próceres de nuestra Historia, de analistas sesudos y de creadores de obras literarias, generaron los complejos y maldiciones que acabaron lastrando el ser y quehacer del mexicano transculturizado.

Es cierto, para muchos hubo daños irreversibles, pero para la mayoría de los mexicanos han sido mucho más importantes las oportunidades de crecer y de aspirar a otros estilos de convivencia, de educación y desarrollo, conscientes de que la Historia no es univoca, sino pluridimensional, y de que todos los pueblos son producto de originales troncos comunes y de diferencias que les proporcionan identidad y los singularizan.

Por otra parte, en nuestra tradición local, el 12 de Octubre adquiere una connotación muy particular: es el día de la Romería a Zapopan, ancestral costumbre de devoción mariana que millones de fieles suelen contemplar como una recuperación de la Fe y la Esperanza, como una toma de conciencia para las tareas pendientes, para la reconstrucción de los daños sufridos en la mente y el corazón.

Sobre este día del retorno de la venerada imagen a su Santuario, se han producido variadas manifestaciones; por ejemplo, el Papa Juan Pablo II, aquella vez presente en el corazón de Zapopan, desde la explanada de la Basílica habló de la Virgen María con devoción de hijo y con autoridad de Pontífice, anotando que aquí se vivía una religiosidad popular admirable por muchas razones, pero todavía ayuna de reconstrucción y purificación.

Hoy, al cumplirse estas efemérides, estamos a la espera de plenitudes atrasadas, de retos olvidados, de incumplimiento de promesas de quienes nos gobiernan; sufrimos pausas dolorosas, desganos e ineficiencias; falta de transparencia y de voluntad en la aplicación de una auténtica democracia. Ante ello, podemos volvernos hacia atrás y maldecir nuestro pasado, mirar con escepticismo y desesperanza el presente; o bien, echarnos hacia adelante esperanzados con intrepidez y decisión. Y así, ante éste y ante todos los días de su propia historia, cada quien, dueño de su voluntad, podrá dar una respuesta.


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