Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara
Amigas, amigos:
Quiero hacerles una invitación para que, desde lo más profundo de nuestro corazón, con toda sinceridad le digamos a Cristo: “Señor, aumenta nuestra Fe”, a fin de que no olvidemos que para ser auténticos cristianos necesitamos de la virtud de la Fe. No hay vida cristiana sin Fe, y por eso es importante que le pidamos a Jesús que nos la aumente cada día más en el núcleo más sencillo pero más importante: que reconozcamos que Dios es nuestro Padre, que nos ha amado y que nos ha entregado a su único Hijo, para que con su Muerte y su Resurrección nos salvemos.
Ahí está la médula de nuestra Fe y por eso hay que pedirla. Y si ha disminuido o si no la tenemos, que Jesucristo nos la conceda, ya que no es fruto de nuestro esfuerzo, de nuestra búsqueda, de nuestro estudio, de nuestra preparación, sino un regalo que sólo Dios puede darnos.
La Fe nos enseña que es Jesucristo Resucitado quien nos convoca y nos congrega; nos enseña que es Cristo quien nos habla en su Palabra, y la Fe nos dice también que es el mismo Jesús quien entrega su Cuerpo y derrama su Sangre por nuestra salvación en la Eucaristía.
Muchos confunden el sentimiento religioso con la Fe, y por eso algunos dicen: “No me nace ir a Misa”; pero deberían tener en cuenta que la Fe no sólo es sentimiento, sino que es una convicción, una certeza, una seguridad. Y sea que sintamos o que no sintamos, la certidumbre permanece estable. Por eso es importante, porque mediante ella descubrimos que nuestro único Padre es Dios, y eso nos ayuda a entender que todos somos hermanos.
Ahora bien, el hecho de que algunos de nuestros hermanos tienen defectos, es cierto; pero también nosotros los tenemos, y es la Fe la que nos hace redescubrirnos, conocernos, perdonarnos y amarnos como verdaderos hermanos, hijos del mismo Padre.
La Fe no es un sentimiento, porque, si así fuera, ¿quiénes serían nuestros hermanos? Pues sólo aquéllos que nos cayeran bien, los que nos favorecieran y se expresaran siempre bien de nosotros, y todos los demás no serían reconocidos como tales. El sentimiento es así, selecciona a un grupo de personas; pero la convicción es otra cosa, puesto que nos hace ver que todos son nuestros hermanos, sean de la clase social que sean, pecadores o virtuosos; todos somos hijos de un mismo Padre Dios. Por eso, hay que implorar una y otra vez con toda sinceridad: “Señor, aumenta nuestra Fe”.
Estamos por terminar el Año de la Fe, que en su momento, Su Santidad Benedicto XVI declaró como tal, con la finalidad de profundizar en ella, de revisarla y de ver cómo andamos en el ejercicio de esta virtud sustancial para todos los verdaderos cristianos; de ahí que hoy sea tan oportuna esa plegaria suplicante.
Esta Fe nos ayudará a vivir como verdaderos justos ante los ojos de Dios, y así se esté enfermo o sano, se enfrenten dificultades o se disfruten logros, se sufran cansancio o dudas, el justo vive siempre de la Fe. Y lo más interesante es que el que tiene la Fe es justo, y posee un lenguaje para expresarla: el del amor, manifestado con actitudes, gestos, y hechos sobre todo, en servicio de los más necesitados, a quienes reconoce como sus hermanos, y en los que, mediante su Fe, hace crecer en ellos la virtud de la Esperanza.
Recuerden siempre que Fe, Esperanza y Amor son las tres virtudes que proceden de Dios y que Él nos infunde como sus verdaderos hijos.
Yo les bendigo en el nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario