Juan López Vergara
Hoy celebramos el Domingo Mundial de las Misiones. La bellísima Antífona de entrada se fundamenta en el Salmo 95: “Cuenten a los pueblos su Gloria, sus maravillas a todas las naciones, porque grande es el Señor y digno de toda alabanza”. En el Santo Evangelio según San Marcos, que en realidad termina en 16, 8, encontramos una perícopa de inconmensurable valor para la Iglesia, ciertamente, añadida con posterioridad, pero inspirada y canónica (16, 15-20).
Jesús cura la incredulidad haciéndolos misioneros
En su última aparición, el Señor Jesús recriminó a los suyos su incredulidad y su dureza de corazón, “por no haber creído a quienes le habían visto resucitado” (v. 14), a la vez que les encomendó: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado” (vv. 15-16). Jesucristo Resucitado cura la incredulidad de sus discípulos haciéndolos misioneros; los libera de su ceguera dándoles el encargo de abrirles los ojos a los demás.
Hagamos el bien a todos
A continuación describe los signos que acompañarán a los que hayan creído (véanse vv. 17-18). La Resurrección de Cristo debemos asumirla más como un principio de acción que como un final alegre después de las pruebas de la Pasión. Las primeras comunidades percibían que el tiempo los apremiaba, y se preguntaban ¿qué debemos hacer? San Pablo contestó: “Mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos” (Ga 6, 10).
Vocación al apostolado
Luego, en el Evangelio encontramos una hermosa descripción: “El Señor Jesús, después de hablarles, subió al Cielo y está sentado a la derecha de Dios” (v. 19). La exaltación del Resucitado indica su entronización junto a Dios como Señor, y la consecuencia inmediata para la comunidad es la apertura de la misión. La Ascensión tiene, por tanto, una función cristológica y eclesiológica. Cristológica porque manifiesta la Gloria de Cristo Resucitado, su soberanía divina. Eclesiológica, porque con ella terminan sus apariciones y la responsabilidad conferida por Cristo a sus discípulos, de la divulgación de la Buena Nueva. El Concilio Vaticano II enseña: “La vocación cristiana es también, por su misma naturaleza, vocación al apostolado” (Decreto sobre el apostolado de los seglares No. 2).
En la misión nada debemos temer, puesto que contamos con la asistencia permanente de Cristo Resucitado: “Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba su predicación con los milagros que hacían” (v. 20). Por ello, consideramos pertinente plantearnos: ¿Habrá mayor bien para un auténtico seguidor del Señor Jesús que proclamar con palabras y con obras la Buena Nueva?
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