jueves, 10 de octubre de 2013

Una devoción inacabable hacia La Zapopana

María, modelo de las vocaciones


Juan Pedro Gutiérrez Rocha,

3º de Filosofía


IMG 0727En la víspera del 12 de octubre, el Pueblo de Dios se inunda de alegría al renovar el Patrocinio de la Virgen de la Expectación en ésta nuestra Arquidiócesis de Guadalajara. Todos los corazones de los fieles vibran de la emoción, y en el Seminario Diocesano no es la excepción, puesto que no hay alumno que no tenga a María como fiel intercesora de su vocación.

Nuestra participación en este acontecimiento comienza al dirigirnos todos a la Explanada del Instituto Cultural Cabañas, donde se lleva a cabo la Sagrada Eucaristía; y aunque en ocasiones el clima no parezca favorecernos (por los aguaceros), el fervor a nuestra Santísima Madre y su ejemplo nos hacen permanecer, como Ella, “al pie de la Cruz”.

Alrededor de las 5 p.m., el canto de entrada que entona la Schola Cantorum del Seminario Mayor, junto con el Coro de la UNIVA, nos indica el momento de recibir a nuestra Madre y al Cardenal Arzobispo José Francisco Robles Ortega, quien preside la Santa Misa. Somos invitados a reflexionar en la historia de cómo la Virgen de Zapopan llegó a nuestras tierras y se ha convertido en la Mediadora de esta Arquidiócesis, además de encomendarnos a su amparo. Tras recibir a Jesús Sacramentado, los seminaristas somos llamados a formar la valla y atender nuestras respectivas comisiones, en tanto se realiza la Peregrinación acompañando la bendita imagen hasta la Catedral Metropolitana, y rezando el Santo Rosario.

Una vez ahí, da inicio la Vigilia nocturna, concluida la cual regresamos a nuestro Seminario para descansar unas horas y prepararnos para, al día siguiente, participar en la manifestación de Fe masiva que todos conocemos como La Romería.



¡Viva Cristo Rey y La Santísima Virgen María!



LA HORA HA LLEGADO
El timbre de levanto, que suena a las 5 a.m., hace que nos alcemos en un santiamén e iniciemos nuestro día encomendándolo a tan grandiosa Mujer con el rezo del Ángelus. Motivados así, nos alistamos para dirigirnos en autobuses rumbo al Santuario de Guadalupe, donde acostumbramos tomar nuestro lugar en dicha Peregrinación, no sin antes tomar un frugal refrigerio.

A los seminaristas nos corresponde, por tradición, ir entre los contingentes de los abanderados de la Adoración Nocturna de sus respectivas Parroquias y el de las Bandas de Guerra. Nuestro acompañamiento da inicio alrededor de las 6.30, y todos los seminaristas lo hacemos con gran fervor, entre cantos de júbilo, alabanzas y el rezo del Santo Rosario. Para nosotros es impresionante y ejemplar el observar esta manifestación multitudinaria de Fe en Cristo a través de la devoción a su Santísima Madre, lo cual, sin duda, impulsa y acrecienta nuestra devoción a Ella.

Durante el camino, a veces el agobio del calor y en ocasiones la lluvia se hacen presentes, lo que provoca cansancio físico, aunque rápidamente suelen hacerse presentes algunos “buenos samaritanos” del camino para ofrecernos agua, un limón o una naranja para rehidratarnos, restablecer un poco las fuerzas y llegar hasta nuestro destino. Pronto percibimos el Arco de Zapopan, que nos anuncia que falta muy poco para arribar, y la tensión y el ambiente festivo que se respira nos hacen olvidarnos de la fatiga, del calor o de la lluvia, pues el Pueblo de Dios nos contagia de su entusiasmo, de su regocijo, de su Fe.

Así, reconfortados y con la frente en alto, entramos al atrio de la Basílica de Zapopan, para aguardar el arribo de la venerada imagen y concluir con nuestra acción de gracias. Y en efecto, poco tiempo transcurre antes de que veamos aparecer, entre el bullicio de los peregrinos, a nuestra Patrona, recibida con estrepitosos aplausos, gritos de júbilo y estruendosos ¡vivas!, mientras es trasladada por los Hermanos Franciscanos hasta el presbiterio.

Luego nos disponemos a participar en la Celebración de la Santa Misa. Así es como los seminaristas vivimos piadosamente esta tradición, con espíritu de gratitud a María, Madre de Dios y Madre nuestra, por haber visitado cada una de nuestras comunidades, incluida la de nuestro Seminario.

Concluida el rito anual, nos despedimos de la Evangelizadora de estas tierras no con un adiós, sino con un hasta luego, pidiéndole que siga intercediendo ante su Hijo por nosotros que queremos entregar nuestra vida por Él, y esperando volver a tener el gusto de acompañarla hasta su Casa el próximo año.

Regresamos al Seminario llenos de regocijo, para continuar nuestras actividades cotidianas, pero no siendo los mismos, sino con un compromiso de ser reflejo vivo de aquel grito con el cual nuestros Mártires entregaban su vida.


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