¡Haz futbol, no te quedes en la butaca!
El futbol empezó siendo un deporte en toda la palabra, en cuya práctica se mostraba pundonor, coraje, y al cual se le miraba como juego de lucha, de esfuerzo, cuya naturaleza era la coordinación y el trabajo de equipo. Era un deporte accesible a las mayorías, que ponía de manifiesto la técnica individual de sus practicantes y la belleza de sus movimientos, a veces con pinceladas de malabarismo, magia visual y derroche físico. Fue un deporte que siempre tuvo características sobradas para fomentar el bienestar corporal y emocional, hasta que en los años recientes llegó a convertirse en un desbordado espectáculo de masas, de observación pasiva, de mero entretenimiento y, sobre todo, en un codiciado y jugoso negocio de unos cuantos.
Más de alguno cuestiona el imperio de ramificaciones que se han creado alrededor del futbol para satisfacer necesidades superfluas. Ciertamente éste ha provocado también el surgimiento de tecnología de punta en diversos sectores medulares como la salud, la alimentación, ciencias afines a la salud mental y muchos organismos de tipo social que reclaman espacios nuevos; pero, a cambio de otros agregados vampirescos que chupan sangre ajena y esclavizan por las pasiones que engendran.
Siendo esencial el trabajo de equipo para la raza humana y su desarrollo social, y un fundamento para la grandeza de la persona, en esta área del deporte nacional, el futbol, es algo que no se ha perfeccionado aún a nivel profesional. Más bien, parece un deporte de individualidades egocéntricas y de marionetas de aparador, como puede observarse semanalmente en los estadios o a través de las pantallas televisivas. Y también hay un futbol de políticas torcidas, como otros muchos aspectos de la vida nacional.
Aquí se acostumbra la mentira, reinan las apariencias, los compadrazgos, las recomendaciones, los fraudes, los sobornos que untan la mano tras bambalinas, y se engendran egolatrías, veleidades, ídolos falsos y políticas deportivas de simulación.
Este deporte abre muchas posibilidades de progreso cuando es tratado con solvencia; pero cuando se usufructúa para provecho de las elites todopoderosas que lo manejan como una industria, se destapa la caja de pandora de forma incontenible. Hay asuntos impostergables, ligados al futbol en particular y al deporte en general, sobre los que urge tomar las riendas. Aspectos muy humanos y de complementariedad en diversas áreas. Afloran pendientes en cuanto a estrategias y tecnología que den soporte a la eficiencia física, así como de habilidad y fortaleza, que siguen siendo las reglas básicas.
Sin embargo, los mercaderes del deporte imponen sus propias reglas, esclavizan ideales y corrompen muchas áreas ligadas a esta noble actividad, a todo la cual le han impuesto precio, desde a los jugadores y los juegos, como a sus complementos: vestuario, publicidad y toda clase de productos inciertos para el consumo. El mercantilismo exagerado ha terminado por llevar a la desgracia a éste, nuestro deporte nacional, que antaño tenía un alto registro de humanidad. Hoy, el futbol teje hilos de corrupción, promueve carreras vedetistas, es vitrina indecente para exhibir modas y conductas erróneas.
¡De última hora! A este propósito se han suscitado campañas machaconas en que se invita al público aficionado para que se abstenga de manifestar su inconformidad y ánimo crítico en contra del pobre desempeño de la Selección Nacional de Futbol, puesto que como buenos mexicanos, “¡Hay que ponerse la verde!”. Esta cruzada mediática de engatusamiento esconde los intereses económicos, asociados, de alguna manera, a las grandes empresas de la Comunicación. Pero cabe la pregunta: ¿Cómo asociarse a la mediocridad? ¿Cómo apoyar el mercantilismo? México en futbol, en deporte y en todo lo demás, se merece otra historia.
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